Pedro Benítez (ALN).- En una carrera contra el tiempo, la presidenta Claudia Sheinbaum está refinando el arte de negociar con Donald Trump dando una cátedra de realismo político. Hasta ahora ha evitado la guerra comercial que lanzaría al abismo la economía de su país, arrancado al imprevisible inquilino de la Casa Blanca lo que Justin Trudeau, Volodímir Zelenski y los líderes europeos no han podido, un mínimo de racionalidad. Su secreto ha consistido en mantener la calma. No perder nunca los nervios.
El pasado viernes, en una decisión bastante dudosa en términos de la legalidad mexicana, montó en un avión del Ejército a 29 peces gordos de los carteles del narco y se los entregó a la DEA al otro lado de la frontera. Entre ellos, Rafael Caro Quintero y Vicente Carrillo Fuentes. Lo hizo al límite de tiempo que Trump dispuso para la entrada en vigencia del 25% de arancel a las mercancías provenientes de Canadá y México, sus socios del T-MEC, el tratado de libre comerció que renegoció en su primera administración.
No obstante, sin agradecer esa deportación masiva, Trump afirmó que la medida iba de todas maneras a partir del 5 de marzo. En respuesta el primer ministro de Canadá anunció acciones comerciales de retaliación en abierto desafío a su vecino, luego de la conversación que sostuvieron el miércoles en la que los dos mandatarios no llegaron a ningún acuerdo. Ese país se encuentra hoy en pie de guerra comercial con Estados Unidos.
La estrategia de Sheinbaum, en cambio, ha sido totalmente distinta. Este jueves pospuso su rueda de prensa matinal hasta atender una llamada telefónica que Trump le solicitó. A los pocos minutos de finalizada este publicó en su red social Truth la suspensión de los aranceles a los productos mexicanos que se encuentren amparados por el T-MEC hasta el 2 de abril, como parte de un acuerdo entre los dos y, de paso, le agradeció “su arduo trabajo y cooperación”. Gesto poco común en el personaje.
Así, la presidenta ha conseguido un mes extra de tiempo, hasta que Estados Unidos anuncie aranceles recíprocos para todos los países del mundo, como lo ha planteado el secretario del Tesoro Scott Bessent. Sin embargo, las tarifas a las importaciones de aluminio y acero mexicanos serán aplicadas según lo programado.
Sheinbaum espera que cuando llegue ese momento su país salga muy beneficiado puesto que el comercio entre las dos economías es “…prácticamente sin aranceles. Ni nosotros les cobramos, ni ellos nos cobran a nosotros”. Esa es la ventaja que quiere preservar.
En el caso de Canadá, funcionarios del Casa Blanca han hecho saber que está dentro de la nueva pausa a los aranceles, pero, hasta el momento de publicar esta nota, el gobierno de este país, donde se han tomado en serio las amenazas de Trump, no ha hecho un anuncio en respuesta.
Lo cierto del caso es que México se encuentra, como ningún otro país del mundo, expuesto al neo imperialismo trumpista. Porque no se trata solo de la amenaza comercial, también persiste, cual espada de Damocles, la posibilidad abiertamente planteada de una intervención militar unilateral estadounidense en su territorio en contra de los carteles, a los que Trump ha declarado oficialmente como organizaciones terroristas. Si en alguna parte del mundo se toman en serio esto, es allí, por razones de sobra conocidas.
No obstante, Sheinbaum tiene buenas cartas que jugar. Trump lo sabe, ella sabe que él sabe, pero no lo amenaza. Una de estas es la capacidad de la que dispone el gobierno mexicano para presionar a los senadores y representantes republicanos del Congreso en Washington, en el que Trump tiene una precaria mayoría. México es el principal mercado de las exportaciones de 28 estados de la Unión americana, en su mayoría pequeños, agrícolas y republicanos. Hace ocho años la administración de Enrique Peña Nieto amenazó con dejar de comprarle la soja, el maíz y las manzanas a Iowa, Nebraska, Missouri e Indiana y reemplazarlos por Brasil, Argentina y Chile como proveedores.
Otra ficha son las pérdidas en competitividad que para los grandes fabricantes de automóviles, Ford Motor y General Motors, implicaría mover sus operaciones del Bajío mexicano a Estados Unidos, como quiere Trump. Pero como esto no se puede hacer de la noche a la mañana esas compañías también presionan para obtener excepciones y más tiempo.
Es interesante apreciar cómo en las tres décadas de libre comercio con su vecino del norte, que se iniciaron en 1994, México ha experimentado un salto industrial considerable, dejando de ser un país exportador de petróleo, principalmente, a fabricar y vender autopartes, motores, teléfonos, acero, aluminio y componentes de la industria aeroespacial.
Pero en esta historia hay un aspecto psicológico que no se puede pasar por alto. A diferencia de otros jefes de Estado y de Gobierno, Sheinbaum no ha intentado cortejar personalmente a Trump, ni en la Casa Blanca, ni en Mar-a-Lago; no se han visto nunca personalmente. Pero tampoco le ha llevado la contraria públicamente. Esta académica y física de profesión lidia con su imprevisible colega de manera fría y calculada. Con los datos en la mano, colocando las emociones de lado, pero sin descuidar su base política dentro de México.
No ha desperdiciado la oportunidad de unir el país detrás de sí ante la amenaza externa, pero sin caer en la gastada retórica del victimismo latinoamericano. Un equilibrismo que, por lo visto, le está saliendo bien. También aprovecha la oportunidad a fin de darle un giro de 180 grados a la política de seguridad interna. Sin decirlo, ha roto con la estrategia hacia los carteles y redes del narcotráfico que aplicó Andrés López Obrador durante el sexenio pasado. Para ella la presión de Trump es la coartada perfecta, pues no tiene que pagar el costo político interno de justificarse, puesto que es una cuestión de defensa de la soberanía nacional.
Por cierto, este próximo domingo ha convocado, junto con su partido Morena, una manifestación en el Zócalo de Ciudad de México en respaldo a su política hacia Estados Unidos. Un hecho inédito y curioso a la vez; apreciar a toda la izquierda mexicana defendiendo los beneficios del libre comercio, del que durante tanto tiempo abominó, es un triunfo cultural del “neoliberalismo”. Después de todo, una cosa es ser oposición y otra muy distinta, gobierno.