Juan Carlos Zapata (ALN).- “La jefatura no se divide”. La frase se lee en Gómez el amo del poder. Un libro clásico que narra el ascenso de Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez al poder. Un periodo que se extendió por 35 años. Un libro al que hay que volver en estos tiempos de disputa e incertidumbre en la Venezuela de Maduro y Guaidó.
De pronto hay un hecho. Y hay de todo en ese hecho. Cabos sueltos y versiones. Algunas para reír y otras para llorar. Pero lo cierto es que forman parte de una misma operación. La lucha por el poder en Venezuela. Ya se está en ese nivel. El de las invasiones. Y con una invasión y 60 hombres, Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez alcanzaron el poder en 1899. Después Gómez echó del poder a Castro y gobernó en solitario por 26 años. Entre ambos 35 años. La dictadura más larga que ha padecido Venezuela. Y, Gómez, con todos los elementos, hasta para la leyenda, que conforman el prototipo del dictador latinoamericano. En él se inspiró Gabriel García Márquez para escribir El otoño del Patriarca.
En el libro Gómez, el amo del poder, Domingo Alberto Rangel, hay varias páginas dedicadas a la planificación del operativo que partía desde la fronteriza Cúcuta, en Colombia, y se iba a internar por los caminos del estado Táchira. Cúcuta y el Táchira, ya estos nombres hoy son mundialmente conocidos por la operación humanitaria -fallida- de Juan Guaidó en 2019. Conocidos también por el éxodo venezolano, cuyo mayor volumen de gente cruzó esa frontera. Pero Cúcuta y el Táchira están inscritos en la historia de la independencia de Colombia y Venezuela, en la gesta de Simón Bolívar, y también en esta, la de Castro y Gómez, que se va a conocer como la Revolución Liberal Restauradora.
En ese libro que es ensayo, es reportaje y es novela, se da cuenta de la logística. La fecha, el 23 de mayo. La noche de luna llena para transitar por caminos que son desfiladeros. Las cartas enviadas previamente por Cipriano Castro, que era el líder y cerebro de la invasión, a los dirigentes que lo seguían en los pueblos andinos del Táchira. Las instrucciones para que los levantamientos se produzcan al mismo tiempo. Castro viene trabajando el terreno desde el exilio en Cúcuta. El compadre Gómez, aporta los recursos. Gómez es comerciante y criador de ganado, hacendado de café. Ha dejado buena parte de su riqueza en Venezuela pero la ha reconstruido en Colombia. En esa franja de frontera.
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Castro cree que el tiempo está maduro para la invasión y marchar hacia Caracas. Los espías le han indicado que es general el rechazo del pueblo hacia el gobierno. La dirigencia está dividida. Las rencillas están a la orden del día. El Táchira es un estado Andino de gente trabajadora que produce riqueza. Domingo Alberto Rangel analiza que el Táchira también está maduro para convertirse en un poder dentro de Venezuela. De hecho, el periodo que vendrá después, es el que llevará a los andinos en el poder. Y por muchos años estarán en el poder. En esa larga dictadura, y en otra dictadura, e inclusive en democracia.
La correspondencia de Cipriano Castro ha sido constante. Explica el plan y el propósito. Se erige como jefe. Y “los comités castristas tienen coherencia, entusiasmo, lucidez y unidad de mando”, escribe Domingo Albero Rangel. El libro fue todo un éxito en 1975 y en los años posteriores. Todo político venezolano tiene la obligación de leerlo. El mismo Rangel era político, y andino. Militó primero en Acción Democrática y luego en el Movimiento de Izquierda Revolucionario. Después fue agente libre. Y decía de sí mismo que estaba alzado contra todo. Era un tribuno. De los dirigentes mejor formados, culto.
Castro cree que el tiempo está maduro para la invasión y marchar hacia Caracas. Los espías le han indicado que es general el rechazo del pueblo hacia el gobierno. La dirigencia está dividida. Las rencillas están a la orden del día. El Táchira es un estado Andino de gente trabajadora que produce riqueza.
La frase que remite a entusiasmo, lucidez y unidad de mando, es de una actualidad precisa en la Venezuela de estos eventos del siglo XXI. Esta parece la Venezuela destrozada de finales del siglo XIX y principios del siglo XX. La Venezuela de caudillos. De divisiones. La Venezuela en la que muchos quieren mando. No había Fuerza Armada. La Fuerza Armada era la tropa de cada caudillo. Cuando Castro y Gómez salieron de Cúcuta eran un grupo de 60. Al llegar a Caracas son 1.200 hombres. Al cabo de los meses, 18.000. Y andinos. Para la hegemonía andina. Ese es el ejército que comandará Gómez. Y lo hará suyo. Personal. Ese es el ejército al que le dará forma moderna. De allí viene la Fuerza Armada que sostuvo dictadores y también sostén de la democracia; la que Hugo Chávez purgó y puso a servicio y bautizó como chavista y revolucionaria, y antimperialista y socialista y bolivariana, y es la misma que sigue con Maduro.
Antes de abandonar Cúcuta, hay una reunión con otro caudillo que quiere también mando. Y le propone a Cipriano Castro que se dividan los roles. El general Carlos Rangel Garbiras quiere ser el jefe político, y le dice a Castro que asuma la jefatura militar. Pero este, que lo ha organizado todo, que lleva años planificando el golpe, que tiene a su gente avisada, que sabe que nadie quiere al gobierno, que sabe que la división es el mal del gobierno y el mal de los movimientos que han intentado gobernar a Venezuela, descarta de plano la propuesta. “La jefatura no se divide”, escribe Domingo Alberto Rangel. “El jefe militar debe tener plenos poderes políticos. Así lo enseña Napoleón y lo enseña también Moltke, cuyas Memorias he leído en Cúcuta”.
Castro no es un hombre de dudas. No en ese momento. Ha esperado ese momento. Y dice: “O usted o yo, se lo digo con toda franqueza. Las miserias de la patria necesitan cauterio. Y eso exige la mano de cirujano que no tiemble por una división de funciones”. Después serán “enemigos implacables”.
Completemos con una cita de otro libro sobre Gómez. Confesiones imaginarias de Juan Vicente Gómez, escrito por otro andino, el expresidente Ramón J. Velásquez. Remite a un episodio, a una conjura. El capítulo no importa ni los protagonistas. Importa la frase en boca de Gómez: “Pero a última hora vacilaron y perdieron, pues el momento de estas cosas es uno solo y se aprovecha o no se aprovecha y si no se aprovecha después vienen las lamentaciones”.