Pedro Benítez (ALN).- A diferencia de lo que acaba de ocurrir en Uruguay, donde todas las fuerzas políticas, sin excepciones, gobierno y oposición, derecha e izquierda, recordaron los 50 años del golpe de Estado que interrumpió su tradición democrática en unánime y renovando compromiso mutuo con las libertades públicas, el gobierno constituido bajo el consentimiento de los gobernados y rechazando todo tipo de violencia como forma de dirimir las diferencias políticas, en Chile su golpe militar, y la dictadura que le siguió, permanecen como objeto de diatribas, divisiones y reproches.
Sin embargo, esto tiene sus matices. Los enfrentamientos sobre las causas e interpretaciones acerca de los sucesos del 17 de septiembre de 1973 se dan principalmente, y como suele ocurrir, entre los políticos y no tanto en el resto de la sociedad que, como es lógico, está más interesada en los problemas cotidianos del presente. Lo que no quiere decir que cada quien no tenga su opinión. Así, por ejemplo, el tracking quincenal de opinión pública del grupo Pulso Ciudadano divulgado esta semana señala, entre otros datos, desinterés por parte de la mayoría de los chilenos con respecto a los actos oficiales conmemorativos del infausto acontecimiento (56,5% está nada o poco interesado, frente a un 25,8% que sí lo está), aunque con notables divisiones en los juicios sobre el mismo y sus protagonistas.
A la pregunta: ¿de quién o quiénes crees tú que fue la responsabilidad que en Chile se realizará un Golpe de Estado?, el 39,6% se lo atribuyó al presidente Salvador Allende y su gobierno; detrás, con 30,8%, a los comandantes de las Fuerzas Armadas de la época, casi empatado con el 30,6% que contesta Estados Unidos por intermedio de la CIA.
¿Allende o Pinochet?
En la lista siguen los partidos de derecha (25,2%), los partidos de izquierda y la Unidad Popular (24,6%), los empresarios (15,5%), la guerra fría (10,1%) y el gobierno cubano (7,1%). Ni las preguntas, ni las respuestas no son excluyentes.
En cuanto a las figuras históricas, Salvador Allende tiene un 33,3% de opinión positiva, contra un 39,2% responde que es negativa y un 27,5% no sabe. Mientras que de Augusto Pinochet el 26,4% tiene una opinión positiva, frente al 51,3% cuya apreciación es negativa, y 22,3% no sabe. Es decir, según ese estudio, medio siglo después del golpe militar la percepción de ambos es más negativa que positiva para la mayoría de los chilenos, aunque Allende sale mejor evaluado.
Además, el 70,1% de consultados opina que la conmemoración divide al país, mientras que el 14,7% cree que lo une; el 15,2% no sabe.
Curiosamente, y contrario a lo que podría esperarse, los sectores D y E (los más pobres) mayoritariamente consideran a Allende y su gobierno como los responsables del golpe. Mientras que los segmentos socioeconómicamente más favorecidos atribuyen la responsabilidad a los comandantes de las Fuerzas Armadas.
Estos datos son consistentes con otro estudio del pasado mes de junio según el cual un 36% de los chilenos creen que el golpe militar de 1973 estaba justificado; 20 puntos más que diez años antes. Mientras que el 47% sostiene que el régimen de Pinochet fue “en parte bueno y en parte malo”.
Boric y el legado de Salvador Allende en Chile
Este ambiente de opinión es muy distinto a lo que la izquierda chilena esperaba que a estas alturas imperara, cuando en mayo de 2021 sus distintas listas ganaron de manera abrumadora la mayoría de los bancas de la Convención Constitucional, elegida con el mandato de hacer una nueva carta magna. Esa fue la fórmula política concebida con el fin de sacar a Chile de la profunda crisis política en la cual el país cayó a partir del denominado estallido social de octubre de 2019, que por poco acaba con el gobierno de Sebastián Piñera.
No obstante, en menos de dos años, y justo para los 50 del golpe de Estado, el cuadro político/electoral dio un giro de 180 grados y es la derecha más conservadora, llena de nostálgicos del régimen militar, la que controla el proceso constituyente que paradójicamente la izquierda impulsó. Bien podría ocurrir que la actual Constitución chilena, que la izquierda más intransigente insiste en atribuir a Pinochet, sea ratificada este mismo año.
En el medio, el presidente Gabriel Boric, cuyo gobierno ha ido en una sucesión de traspiés, se debate entre sus simpatías y profunda identificación con el legado de Salvador Allende, y su responsabilidad concreta de darle al país un rumbo, coincidiendo con factores como la democracia cristiana, cuyo figura histórica, el ex presidente Eduardo Frei Montalva, se opuso al gobierno de la Unidad Popular, justificó en su día el golpe y después fue opositor de la dictadura militar de la que se sospecha lo mandó a asesinar.
La autodestrucción de una democracia
Visto en la distancia y desde afuera, el derrocamiento de Allende el 11 de septiembre de 1973 es el caso clásico de cómo se puede autodestruir una democracia. El enfrentamiento y la polarización entre los civiles desembocaron en el golpe militar y la dictadura.
La democracia cristiana y los socialistas no pudieron entenderse para salvar el orden constitucional chileno en 1973, razón por la cual tuvieron que esperar 17 años de régimen militar para unirse y rescatarla.
Como vemos, medio siglo después, Chile sigue dividido en torno a las causas del golpe. Tratar de comprenderlo se asume como una justificación de la dictadura de Pinochet y de la violación sistemática que hizo de los derechos humanos.
Por otra parte, el 11 de septiembre del 73 tuvo un impacto mundial por el dramatismo de las imágenes, el bombardeo de la aviación al palacio presidencial de La Moneda, el discurso final de Allende y su casi inmediato suicidio. Pero también porque fue el derrocamiento del primer gobierno marxista elegido democráticamente en el mundo.
Para Chile fue un hecho particularmente traumático por tratarse de un país con una larga tradición constitucional y parlamentaria apenas interrumpida.
Polarización en Chile
La causa básica de la crisis y de su trágico desenlace, fue la determinación de Allende de instaurar en ese país un régimen de corte socialista, como el imperante entonces en Europa oriental y Cuba, partiendo de una precaria mayoría electoral y con las limitaciones propias de un sistema constitucional.
Durante casi tres años Chile se sumió en una intensa polarización política y social, en medio de la ocupación de fábricas y tierras, la importación de armas por parte de elementos de la Unidad Popular que intentaron subvertir el orden de la Fuerzas Armadas, y el enfrentamiento del presidente Allende con la mayoría del parlamento y la Corte.
Mientras que desde la otra acera, la clase media, los empresarios, los partidos opositores y el gobierno de Estados Unidos, hicieron todo lo que estuvo en sus manos a fin desestabilizar su gobierno.
En resumen, el presidente Allende no pretendió realizar una administración modesta, reformista, que mejorara algo la vida de los más pobres. Aspiraba a una revolución socialista, pero sin tener con qué. Los afectados de su proyecto, lógicamente, hicieron todo lo posible para evitarlo.
Figura trágica
La suya es una figura trágica. Un político con una larga trayectoria democrática y parlamentaria, pero que quedó prendado de la Revolución cubana y de la influencia de Fidel Castro. En el parteaguas que para la izquierda latinoamericana implicó el proceso cubano, que la dividió fatalmente entre revolucionarios y reformistas, Allende tomó partido por el primer grupo. Esa simpatía lo distanció de dos de sus amigos: Rómulo Betancourt y de su adversario Frei Montalva. Para Chile, esta última enemistad resultó ser fatal.
Cuando el 10 de septiembre de 1973, con el país sumergido en una situación de pre guerra civil, Allende intentó retroceder ya era tarde para él y para la democracia chilena. El fatal mecanismo del golpe estaba en marcha.
A propósito de ese desenlace es recomendable el relato que la periodista Mónica González hace en su libro La Conjura: Los Mil y Un Días, donde destaca la participación del más astuto y genuflexo de los generales de Ejército chileno; del que menos desconfianza despertaba en la Unidad Popular; pero que terminó por aprovecharse, más que cualquier otro, de una conspiración de la que no había participado. Con Pinochet se cumplió aquella frase atribuida a Napoleón según la cual en las revoluciones hay dos tipos de personas: las que las hacen y las que se aprovechan de ellas.