Pedro Benítez (ALN).- La noticia no es que un perro mordió a un hombre, sino que un hombre mordió a un perro. La noticia (para Venezuela) no es que la Administración de Joe Biden, presionada por sus aliados europeos, esté considerando y casi decidida a dar el paso de “aliviar” por medio de una licencia especial las sanciones al Gobierno de Venezuela que encabeza Nicolás Maduro a fin de facilitar que Chevron (una de la herederas de las célebres Siete Hermanas) reanude el bombeo desde los campos petroleros venezolanos al resto del mundo. El dato es que el Gobierno de Maduro tiene meses negociando con los enviados de la Casa Blanca (con algunos acuerdos, de dominio público, muy concretos ya efectuados). Es decir, se viene entendiendo con el enemigo. Con el representante por excelencia del “sistema destructivo y salvaje del capitalismo” que a cambio de algunas modestas concesiones desea unos barriles adicionales de petróleo que alivien las tensiones en el mercado mundial de hidrocarburos o, al menos, un anuncio que modere las expectativas de cara a las cruciales elecciones de noviembre para el Congreso de Estados Unidos y preparando el terreno para los años 2023 y 2024 en el marco de la crisis con Rusia por su invasión a Ucrania.
La «ayudita» de Biden a Maduro
En términos de la jerga popular venezolana, Biden le está pidiendo a Maduro “una ayudita”.
Sin embargo, la cuestión fundamental, dejando de lado consideraciones de orden moral o simpatías políticas, es plantearse una interrogante: ¿Qué decisión tomará o ya tomó Maduro? ¿Aceptará un acuerdo petrolero con Estados Unidos que implica darle la espalda a su aliado ruso justo en este momento?
Visto en perspectiva la licencia por parte de la Casa Blanca a Chevron le cae como anillo al dedo. Es un paso no menor dentro de una serie de decisiones que han ido alejando a Venezuela del proyecto socialista acercándola al eje del capitalismo. Con el estilo que le caracteriza el Gobierno venezolano levantó el control de cambio, se ha hecho el loco con las fiscalizaciones de precios (por ahí viene la supresión de la nefasta ley de precios justos), aceptó una dolarización parcial de la economía, ha facilitado las importaciones, se ha acercado a los empresarios privados públicamente y hasta se ha permitido anunciar la apertura a la inversión privada de ciertas empresas emblemáticas en manos del Estado. ¿Qué le sigue a todo eso? El crucial sector petrolero.
Recuperar la producción
Además, en el marco de un cambio de ciclo político en América Latina sería otro paso en el proceso de sacar a Venezuela del aislamiento internacional. Un punto extra para Maduro. No obstante, tampoco es que tenga un camino despejado en medio de un lecho de rosas. Por ahí han ratificado la Misión de Verificación de Hechos de la ONU para Venezuela, sigue abierta la investigación en la Corte Penal Internacional (CPI) y no ha podido recuperar un puesto en la OEA (el ministerio de colonias).
Vista así las cosas, recuperar la producción petrolera de aquí al 2024 es muy importante para Maduro. A lo largo de los últimos tres lustros los inversionistas chinos, hindúes, iraníes, turcos y rusos no han podido evitar la decadencia de la otrora próspera industria petrolera nacional. Por allá, en los años 2006 y 2007, se recibió con regocijo la decisión de varias compañías petroleras estadounidenses de no aceptar el cambio legal en las condiciones para operar con PDVSA e irse del país, pues se prefería las sociedades con las empresas de otros orígenes que pudieran, en una nueva política de alianzas, contribuir al desarrollo de una nueva geopolítica internacional para un mundo “multicéntrico y pluripolar”. Incluso se intentó crear una alianza global de países, principalmente exportadores de petróleo, que desafiara a los Estados Unidos.
Un Fidel Castro con petróleo
En su incansable propósito revolucionario, y con una aparentemente inagotable chequera, el anterior jefe de Estado fue sumando aliados como Bolivia y su gas, Ecuador, Nicaragua (con algunas expectativas de explotar petróleo), Angola y sobre todo Irán. A cada uno de estos se les ofreció algo, desde apoyo técnico y financiero hasta la construcción de refinerías o la compra de equipos. Nada de eso se concretó. Incluso Chad y Sudán figuraron en la agenda, de hecho el gobierno venezolano los promovió junto con Bolivia para ingresar a la OPEP.
Era una clara estrategia que iba más allá de reforzar la posición venezolana en esa organización. La gran apuesta global consistía en ir empujando a la OPEP a convertirse en un frente de países exportadores de petróleo comprometidos en la lucha anti estadounidense, aliado con un movimiento revolucionario latinoamericano. En resumidas cuentas, emular a Fidel Castro pero con las mayores reservas de petróleo del planeta.
¿Qué ha quedado de todo eso? El apoyo solidario de los hermanos iraníes que han enviado tanqueros para evitar que Venezuela se quede sin nada de gasolina. Sin embargo, todo indica que más de eso no pueden dar.
Los 100 años del «reventón»
Luego de todo lo dicho y hecho, Estados Unidos sigue siendo el mercado natural de la industria petrolera venezolana y su principal fuente de financiamiento y tecnología para recuperarla. Casualmente están por cumplirse 100 años del “reventón” del pozo Barroso II en Cabimas por parte de la Royal Dutch Shell. Ese acontecimiento fue el inicio de la era petrolera en Venezuela y de una carrera entre las compañías británicas y estadounidenses que éstas últimas ganaron al final de esa década.
Parafraseando al varias veces presidente de la República Dominicana Joaquín Balaguer, frente a Estados Unidos, Venezuela está geopolíticamente condenada. Cuando en los años noventa el país necesitó de una nueva apertura al capital privado internacional a fin de incrementar su producción petrolera, las principales inversiones vinieron de compañías estadounidenses. Casi tres décadas después, en medio de unas circunstancias infinitamente peores, la historia se repite.
Que Chevron (que nunca se ha ido de Venezuela) llegue a un acuerdo que le permita incrementar sus operaciones y sus despachos de petróleo al mercado internacional, podría alentar a otras empresas estadounidenses a seguir sus pasos. Eso, en el contexto de una nueva crisis mundial de la energía, es otra oportunidad para Venezuela, y, sí, también para Maduro. Veremos si es capaz de aprovecharla.
Lo que hace falta
Porque, como ya advierten varios conocedores de la materia, tampoco es que esa licencia (que según las informaciones que se conocen ya estaría redactada) hará milagros. Para incrementar significativamente la producción petrolera venezolana (al menos doblar su nivel actual) se requerirá de dinero y de tiempo.
La misma nota de The Wall Street Journal, que ha informado sobre la inminente licencia para Chevron, señala todas las dificultades operativas que se le presentarán a esa compañía en Venezuela, empezando por el inestable suministro eléctrico.
De modo que ni Chevron ni su licencia, ni el levantamiento de las fulanas sanciones son suficientes para recuperar la alicaída industria petrolera venezolana y su economía de su actual estado de postración. Hace falta mucho más. Por lo menos, un plan de recuperación nacional que por lo visto con este Gobierno ni está ni se le espera.
Por lo pronto, el Tío Sam hace una oferta que difícilmente pueda rechazar el Gobierno de un país arruinado.