Pedro Benítez (ALN).- La torpeza con que la élite política española ha manejado la aspiración de los independentistas catalanes puede ser una oportunidad para los propósitos políticos de Pablo Iglesias, pero las críticas a la actuación del presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, se esfuman cuando Venezuela sale a relucir.
Desde el otro lado del Atlántico cuesta comprender por qué el intento secesionista de Cataluña no se resuelve de la misma manera que en Escocia y la percepción se complica por la imagen de policías golpeando a civiles desarmados, que no es la que se espera de una democracia europea. Pero cuando el secretario general de Podemos y diputado en el Congreso de los Diputados español, Pablo Iglesias, deja correr por las redes sociales toda su indignación por los hechos de represión ocurridos en Barcelona, es inevitable que el fantasma de Venezuela aparezca tras él.
Después de todo fue Iglesias quien introdujo el tema venezolano en la política española. Todavía en 2014 (aunque hoy pueda parecer insólito) llamó la atención no sólo por sus acerbas críticas al modelo económico “impuesto desde Europa”, al neoliberalismo y a la hegemonía de Estados Unidos, sino por afirmar que en España se deberían considerar seriamente como alternativa las políticas implementadas en algunos países de América Latina en la última década, en particular en la Venezuela de la era Chávez.
Hay que recordar que un importante porcentaje de ciudadanos españoles le votó, a él y a Podemos, quizás no tanto por lo que decía, sino por lo que representaba: la oportunidad de castigar a la clase política.
Durante la represión de las protestas en Venezuela Pablo Iglesias no mostró la indignación que manifestó ayer contra la Guardia Civil española
Al agudizarse brutalmente la crisis económica venezolana, Iglesias optó por mirar hacia otro lado e ignorar el tema. Cuando, como consecuencia de lo anterior, los venezolanos salieron a las calles a protestar y fueron salvajemente reprimidos antes los ojos del mundo entero, el líder de Podemos prefirió seguir ignorando lo que ocurría hasta que, probablemente por la magnitud de los hechos, asomó alguno tímida preocupación.
Pero durante los cuatros meses de protestas y represión en Venezuela este año, con el saldo de 135 fallecidos, en su mayoría por acciones desproporcionadas de los cuerpos de seguridad (en los primeros 100 días de protestas se contabilizaron 112 fallecidos, más de uno por día), con múltiples denuncias de todo tipo sobre violaciones de derechos humanos hechas por la propia Fiscalía venezolana y organizaciones no gubernamentales, y gran cantidad de presos por razones políticas, Pablo Iglesias no mostró ni de lejos la indignación que manifestó ayer por los hechos de represión llevados a cabo por la Guardia Civil española.
El 16 de julio pasado la oposición venezolana organizó una consulta popular al margen de las instituciones electorales del Estado que tuvo como saldo una mujer de la tercera edad asesinada y tres heridos luego que los que pretendían votar fueron tiroteados por grupos paramilitares afectos al gobierno de Nicolás Maduro, en la populosa parroquia caraqueña de Catia.
Se podrá decir que Iglesias tiene derecho a indignarse más por lo que ocurre en su país que en otro. Pero este tipo de actitud indica algo más que a los españoles debería preocuparles seriamente y que conlleva una lección que el mundo democrático no debería olvidar.
En el siglo XX fue norma de conducta de los comunistas y neocomunistas defender dentro de los países de la órbita occidental el derecho al voto, a la autodeterminación y demás principios consagrados en la Declaración Universal de Derechos Humanos, mientras que al mismo tiempo negaban esos mismos derechos del otro lado de la Cortina de Hierro.
El doble rasero
Eso es exactamente lo mismo que políticos como Pablo Iglesias hacen hoy con el caso venezolano, y no digamos con Cuba, donde la oposición no tiene oportunidad ni de salir a la calle sin que de inmediato sea agredida físicamente y de paso los apologistas del Gobierno cubano justifican lo que ha terminado siendo una dictadura familiar.
Lenin, por ejemplo, defendió en su momento el derecho a la libre autodeterminación de las naciones para llegar al poder, pero luego el régimen por él instaurado negó ese derecho y oprimió a todos los pueblos del antiguo imperio ruso. Hitler también invocó el derecho a la autodeterminación en favor de los alemanes como pretexto para atacar a sus vecinos. Muchos de los peores crímenes contra la humanidad se han cometido con el pretexto de defenderla.
El objetivo de Pablo Iglesias y Podemos es el mismo de su admirado Hugo Chávez: usar la democracia para destruir la democracia
Pero hay otro aspecto que agregar en la relación de Pablo Iglesias y Podemos con la Venezuela de Hugo Chávez y Nicolás Maduro: el financiamiento.
Cada día es más evidente el apoyo económico que el Gobierno chavista le aportó a Podemos para su creación por la vía de Pablo Iglesias y Juan Carlos Monedero.
Estos antecedentes sitúan a Pablo Iglesias como parte del problema y no de la solución al problema catalán. Y demuestran que el objetivo es el mismo de su admirado Hugo Chávez: usar la democracia para destruir la democracia valiéndose de sus fallas.