Pedro Benítez (ALN).- Suele olvidarse, pero en estos momentos hay tres dictaduras en América: Cuba, Nicaragua y Venezuela. En las tres se violan abiertamente los derechos humanos y se imponen manipulando la voluntad de la mayoría de los ciudadanos. Las tres colaboran en el sostenimiento mutuo, persuadidas de que si cae una, caen las otras.
La tragedia de Venezuela bajo Nicolás Maduro ha opacado la opresión con que las otras dos dictaduras del Caribe someten a Cuba y Nicaragua. Los abusos y violaciones a los derechos humanos más básicos se siguen cometiendo en esos países de todas las formas posibles y a gran escala.
En Nicaragua se cumple un año del pico de protestas estudiantiles y populares contra el régimen que presiden Daniel Ortega y su esposa (y vicepresidenta) Rosario Murillo, pero también de la mayor ofensiva represora que recuerde ese país en cuatro décadas.
La tragedia de Venezuela bajo Nicolás Maduro ha opacado la opresión con que las otras dos dictaduras del Caribe someten a Cuba y Nicaragua. Los abusos y violaciones a los derechos humanos más básicos se siguen cometiendo en esos países de todas las formas posibles y a gran escala.
Pese a eso, la oposición nicaragüense no desiste en su propósito, ni renuncia a vías como los intentos de negociación que buscan una apertura política. Tampoco lo hace la disidencia cubana en condiciones más difíciles que en Nicaragua. En los dos casos los respectivos movimientos democráticos han puesto buena parte de sus esperanzas en que ocurra un cambio político en Venezuela.
Ese es, por cierto, el cálculo de funcionarios de la Casa Blanca como John Bolton o Elliott Abrams, que esperan que la salida de Maduro del poder (que hoy se ve más complicada que en enero) tenga un efecto dominó sobre los regímenes de La Habana y Managua, así sea facilitando una transición política en cada caso. Eso responde a una lógica: los tres regímenes colaboran para sobrevivir aunque en condiciones distintas.
Cuba parece ser una sociedad plenamente “sometida”; es decir, con pequeños pero persistentes grupos de disidentes, pero sin sociedad civil. Todavía hoy (y pese a que se han esforzado) ni Daniel Ortega ni Nicolás Maduro tienen, ni de lejos, el control social que sí tiene sobre Cuba el aparato del Partido Comunista que aún dirige Raúl Castro.
En cambio, en Nicaragua y en Venezuela los respetivos movimientos democráticos (opositores), aunque muy golpeados y sin la capacidad de convocatoria de hace algunos meses, siguen, pese a todo, moviendo la calle y muy activos.
Curiosamente, si seguimos en el terreno de las comparaciones, la venezolana es una oposición mucho mejor articulada institucionalmente, con un líder visible, reconocido internacionalmente (Juan Guaidó), y mejor organizada (pese a sus disputas internas) que la nicaragüense y no se diga la cubana. Probablemente esa sea una de las razones por las cuales Venezuela es el campo de batalla donde se está jugando el destino de todas esas dictaduras.
Mientras esto ocurre, en Nicaragua, con centenares de presos políticos, asesinados y heridos, la sangrienta represión que no cesa sólo tiene precedentes en Centroamérica en la que la generación anterior padeció durante las dictaduras militares de los años 70 del siglo pasado. Concretamente, Daniel Ortega se ha transformado en un nuevo Anastasio Somoza, el dictador al que ayudó a derrotar en la revolución sandinista de 1979. Hoy reprime cruelmente a jóvenes que nada tuvieron que ver con ese pasado tal como Somoza lo hiciera en su época.
Así como en Nicaragua Ortega y su esposa repiten la historia de la dictadura de los Somoza (con lo cual traicionan la causa original del sandinismo) los Castro reeditaron un estilo de dictadura familiar que no tuvo precedentes en Cuba, pero sí en otros países del Caribe como República Dominicana, donde Rafael Leónidas Trujillo (Chapita) delegó en más de una ocasión el gobierno en su hermano Héctor Bienvenido Trujillo y dio mucho poder a su hijo Ramfis.
Medio siglo después Fidel Castro delegó el poder en su hermano Raúl, que finalmente fue el sucesor, y de paso dio mucho poder a otros miembros de su familia. De modo que “el modelo cubano” ha terminado siendo la típica dictadura caribeña.
En Venezuela el poder cubano está cavando su propia tumba
La misma coartada
Las tres dictaduras usan la misma coartada: se autodenominan de izquierda y se declaran antimperialistas (léase, anti-Estados Unidos). Las tres buscan (algo han obtenido) el apoyo de China y de Rusia. Y las tres esperan sobrevivir exportando su modelo, tal como el régimen comunista cubano sobrevivió con la llegada de Hugo Chávez al poder en Venezuela en 1999.
La gran apuesta en La Habana es esa, exportar una vez más una versión de su modelo o conseguir aliados similares a Venezuela. Esa parece hoy, dadas las circunstancias, una posibilidad poco probable; razón por la cual se conforman con sobrevivir.
De modo que al final de la segunda década del siglo XXI, en nombre de la revolución social, de redimir a los pobres y de la lucha contra el imperialismo, el mar Caribe sigue manchado por los dictadores. Ya no se llaman Anastasio Somoza, Rafael Leónidas Trujillo o Juan Vicente Gómez, sino Daniel Ortega, Raúl Castro y Nicolás Maduro.