Sergio Dahbar (ALN).- María del Rosario Otero era una mujer de mediana edad que fue encontrada muerta el pasado 3 de julio en su casa de Culleredo, Galicia. Nadie reclamó el cadáver, que se momificó en el apartamento donde falleció hace seis años. Su historia recuerda la de Juan Alberto Silva, que murió en 2007 y pasó 21 días en el Servicio Médico Legal de Santiago de Chile.
Cada tanto tiempo aparece una noticia triste, devastadora, porque habla de la soledad del ser humano. Parecen retazos del neorrealismo italiano dispersos por el mundo. Es la historia que en estos días ha conmocionado a la pequeña localidad de Culleredo, en Galicia. Una mujer, María del Rosario Otero, fue encontrada sin vida en su apartamento, después de seis años. El cuerpo estaba momificado.
María del Rosario Otero tenía 56 años, trabajaba ocasionalmente como administrativa en la Xunta, era una persona discreta, con una característica curiosa: sus vecinos recuerdan que nunca llamaba la atención. Silenciosa, sin habilidades sociales, de pocas palabras, divorciada, recibía escasas visitas en su casa. Cuando su madre falleció, comenzó a deprimirse.
En 2011 sus vecinos pensaron que habría viajado, inesperadamente. Comenzaron a ver que su automóvil en el estacionamiento se llenaba de polvo. El buzón del correo estaba atestado de correspondencia y el conserje del edificio tuvo que guardar esos sobres en bolsas de plástico. La electricidad y el gas permanecían conectados, pero sin consumo.
María del Rosario Otero era una persona discreta, con una característica curiosa: sus vecinos recuerdan que nunca llamaba la atención
Tan sorprendidos estaban los vecinos cuando llegaron funcionarios de la Guardia Civil al número 75 de la avenida Miguel González Garcés, en O Portadego. Se llevaron la correspondencia y otros objetos personales. No podían creer que una persona se quedara muerta en un pasillo de su casa, que nadie lo advirtiera, que ningún pariente reclamara su presencia, aún cuando se seguían pagando 400 euros de alquiler. Ella había domiciliado el pago en su cuenta de banco.
Hace algunos años fui jurado en Cartagena, invitado por la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano, de Gabriel García Márquez, del concurso de periodismo de investigación. Me llamó la atención uno de los casos finalistas, el de un muerto que nadie reclamaba en Chile, investigado por Ciper, un extraordinario grupo de periodistas de primer nivel.
Eran historias muy duras de gente con escasos recursos que se iba quedando sola y alejada de la familia. Por un accidente o una enfermedad, de repente fallecían. Y se quedaban en las mesas frías de las morgues a la espera de un reclamo que nunca llegaba.
Muertos de nadie
Recuerdo que una de las series de este magnífico trabajo titulado ‘Muertos de nadie’, refería el extraño caso de las dos vidas de Juan Alberto Silva. Este hombre murió en 2007, afectado por un edema pulmonar originado por una falla hepática. Pasó 21 días en el Servicio Médico Legal de Santiago de Chile. Los médicos advirtieron que tenía la nariz desviada hacia la izquierda y una quemadura en la parte interna de la pierna derecha.
Nadie lo reclamó. Algo llamó la atención de los funcionarios: estimaron su edad en 60 años. Pero en los papeles tenía 44 cuando murió. La investigación de Ciper tropezó con ese enigma, y otro, más inquietante. Aunque había cerrado los ojos en 2007 y estaba ya enterrado en el Cementerio General de Santiago en una tumba sin nombre, los datos del impuesto arrojaban que tenía deudas millonarias del año 2008.
Había otro Juan Alberto Silva Leal que tenía el mismo numero de identificación fiscal, los mismos registros, vivía en Maipú, preparaba asados, siempre fue parco y se endeudó de manera llamativa para desaparecer. Los estafados llamaban a conocidos de Silva, que estaban aburridos de recibir llamadas para un muerto.
Ciper entendió que alguien se estaba haciendo pasar por Silva Leal y estaba robando con sus datos, ya que el verdadero estaba bajo tierra
Un medio sensacionalista hubiera titulado algo así como “El muerto que sabía gastar’’. Ciper entendió que alguien se estaba haciendo pasar por Silva Leal y estaba robando con sus datos, ya que el verdadero estaba bajo tierra. Así encontraron la identidad del estafador: Edmundo Lillo.
Hay una película extraordinaria, realizada por un sobrino del cineasta italiano Luchino Visconti, Uberto Pasolini. Still Life (2013) cuenta la historia de un funcionario del Ayuntamiento de Londres (el gran actor Eddie Marsan) que se encarga de encontrar a familiares de muertos que nadie reclama.
Un día su jefe le comunica que ese cargo ha sido clausurado de la administración pública. Lo que representa un drama para este ser solitario que ya ha encontrado un fin para una vida sin atractivos particulares.
La ficción de Pasolini, así como las investigaciones de Ciper y los reportajes de La Voz de Galicia, en relación con la muerte de María del Rosario Otero, llaman la atención de un fenómeno curioso en el mundo. Los muertos que nadie reclama en las morgues del planeta. La imposibilidad de despedirse de un familiar. El círculo de soledad que cierra una vida.
En el caso de María del Rosario Otero nadie reclamó su cadáver, que se había momificado en siete años. ¿Cómo? Gracias a un fenómeno que involucra sequedad ambiental, calor y buena ventilación. Este microclima permite que se absorban los tejidos y se seque la piel. De esta manera se deshidrata el cadáver, se suspenden los procesos de putrefacción y se momifica. Por eso no había rastros de mal olor en el edificio.
Ante la soledad del cadáver, el Consejo de Culleredo se hizo cargo del sepelio y entierro. El silencio pareciera encargarse de decir adiós. No es poca cosa para Galicia, que tiene 260.000 hogares donde vive una sola persona. Como ha escrito Ramón Pernas, en La Voz de Galicia: “entre el anonimato y la incomunicación’”. Una realidad. Estremecedora.