Pedro Benítez (ALN).- René Girard fue un historiador y filósofo francés que dedicó buena parte de su dilatada labor intelectual a desmitificar el origen de los mitos. Probablemente su libro más conocido sea El chivo expiatorio de 1982.
Rebatiendo una extendida idea según la cual los mitos son exclusivamente fruto de la imaginación, Girard afirma que todos tienen un inicio cierto como parte de un proceso colectivo que se puede rastrear. En momentos de crisis las comunidades primitivas buscaban uno o varios culpables a los que se “sacrificaba” dándoles muerte. Eso podría ser por medio de una turba iracunda o de un rito más o menos elaborado. En cualquier caso, era una catarsis colectiva en la cual a la víctima se le atribuían todos los problemas del grupo desviando la culpa de su verdadera causa. Tras el linchamiento llegaba la calma social.
Sin embargo, el proceso no se detenía allí; con el paso del tiempo la comunidad reivindicaba al anterior culpable y luego lo elevaba a categoría de héroe o pasaba a adorarle como a un dios.
Para Girard, el proceso del chivo expiatorio, como él lo denomina, fue el punto de arranque de todos los mitos, de todas las religiones y de la cultura general. Además, agrega un detalle bien relevador: ese proceso no se quedó en el pasado, por el contrario, las sociedades contemporáneas siguen en la búsqueda de uno o varios culpables a los que eliminar para así desviar la culpa del verdadero problema, con lo cual el origen del conflicto no es localizado y por lo tanto no se logra solucionar.
En el caso de Venezuela, Simón Bolívar es el ejemplo perfecto de esta teoría. La historiografía bolivariana y el culto a su persona han sepultado en la memoria nacional la intensa reacción anti-bolivariana ocurrida en los años 1825-1830. La sospecha muy extendida por entonces sobre las intenciones del Libertador de hacerse presidente vitalicio o declararse dictador sirvió de catalizador de todos aquellos para los que los resultados de la guerra de Independencia, en los territorios de la denominada Gran Colombia, fueron una gran frustración.
Con o sin razón Bolívar se transformó muy rápidamente de líder y héroe de la causa independentista a chivo expiatorio para sus contemporáneos. Luego de su muerte vino el nacimiento del mito popular y espontáneo tal como lo identifica Elías Pino Iturrieta en El divino Bolívar. No obstante, la reivindicación oficial esperó hasta 1842 cuando uno de sus principales colaboradores y luego rival, el general/presidente José Antonio Páez hizo repatriar sus restos mortales a Caracas en 1842. Pero el culto bolivariano no empezó sino cuarenta años después por parte de otro general/presidente, Antonio Guzmán Blanco. Ese fue el origen de la religión civil venezolana con Bolívar como centro de adoración.
De allá para acá intentos ha habido en Venezuela para ensalzar a un pretendido chivo expiatorio. Se intentó con Isaías Medina Angarita (otro general/presidente) victima principal del 18 de octubre de 1945. Pero fue un mandatario demasiado liberal, demasiado tolerante, que nunca buscó ni tuvo enemigos; contra él nadie tenía nada personal (a excepción de su antecesor). No ganó o perdió una batalla en el terreno militar ni fue el jefe de un gran movimiento político. Su carrera pública no es lo suficientemente dramática. Además, quedan muy pocos testigos de su época con lo cual su recuerdo se ha ido desvaneciendo en la memoria colectiva.
Venezuela, en medio de una crisis inocultable
Otro caso más intenso se ha dado con el último general/presidente, Marcos Pérez Jiménez. A su alrededor sí surgió un culto bastante extendido y sostenido en el tiempo por parte de todos los nostálgicos de los gobiernos militares (que en Venezuela y América Latina son muchísimos), y de aquellos que por diversos motivos siempre han sido refractarios del régimen puntofijista (1958-1998).
Luego de 2013 el chavismo intentó hacer lo mismo con su fundador y líder, pero sin mucha insistencia, hay que decirlo, y de manera discreta lo ha ido colocando en un segundo plano. Ahora bien, ninguno de los citados cumple el rito del culpable sometido a sacrificio ante el cual el grupo busca calma social.
Pero, un nuevo personaje sí ha venido a cumplir en Venezuela el papel casi a la medida del proceso descrito por Girard: el dos veces presidente de Venezuela Carlos Andrés Pérez (CAP).
Por aquello de la dialéctica histórica y en una de esas jugadas del destino, su centenario ha coincidido con una intensa reivindicación de su persona que se ha dado, además, de forma espontánea. Es decir, no es promovido por quienes detentan hoy el poder el Estado sino por quienes los adversan.
A diferencia del centenario de Rómulo Betancourt (2008) que pasó discretamente (entre historiadores, la Fundación homónima y activistas del partido que fundó) en el momento en el cual el chavismo estaba en la cumbre de su poder y respaldo popular, el centenario de CAP se da cuando la debacle nacional venezolana es inocultable.
El chivo expiatorio
Regada globalmente la sociedad venezolana está inmersa en un proceso de catarsis, intentando comprender “qué nos pasó”. La mayoría de los venezolanos vivos hoy pueden recordar la Venezuela en crisis de los años 80 y 90 del siglo pasado y la comparan con la Venezuela de hoy, o con los países a donde ellos o sus familiares han emigrado. También pueden identificar las imágenes y nombres de muchos de los que se coaligaron para hacer naufragar la segunda presidencia de CAP y que siguen presentes, actuando u opinando.
Pero tal vez más importante que eso sea el hecho de que CAP fue el presidente que se enfrentó (y derrotó) los intentos de golpes militares del año 1992, que fueron el origen del grupo político (y del mito correspondiente) hoy en el poder. Él queda para la historia, para bien o para mal, como el símbolo opuesto a todo lo que hoy domina al país. El representante de todo lo que se ha querido proscribir.
CAP es el presidente que quiso corregir sus propios errores, que pretendió modernizar al país. El presidente civil que se enfrentó a la barbarie del golpe militar.
Luego, en 1993 Pérez fue el chivo expiatorio que había que sacrificar (y que efectivamente fue sacrificado) para el alumbramiento de una nueva etapa nacional. De un nuevo país. De esta Venezuela. Cualquiera que esté del lado de la talanquera opuesta al actual régimen socio-político tiende a pensar, naturalmente, que aquel hombre algo bueno habría hecho.
Redescubrir a Carlos Andrés Pérez
En cuanto a la inevitable pregunta de ¿Cuándo se jodió Venezuela?, la búsqueda insistente de ese momento crucial dónde el brillante futuro colectivo se torció, entre opinadores, analistas e historiadores las fechas preferidas son, para destacar o rebatir, el 18 de octubre de 1945, el 23 de enero de 1958 o la nacionalización de la industria petrolera el 1ero de enero de 1976 por parte, precisamente, de CAP. Sin embargo, ninguna de ellas es lo suficientemente reciente (insistimos en esto) ni cuentan con el dramatismo necesario de la caída del segundo gobierno del personaje. Esos son los hechos, de ellos que cada quién hace sus interpretaciones. Pero según la tesis del chivo expiatorio es suficiente para elevar al culpable sacrificado altar de los héroes civiles.
Digamos que este proceso tiene a su favor las advertencias milimétricas proféticas que CAP expresó en público a lo largo de su segunda post-presidencia, comenzando con el último discurso que como mandatario pronunció el 20 de mayo de 1993. La tecnología ha permitido que los venezolanos que por haber sido muy jóvenes durante su segundo gobierno no lo recuerdan, o que nacieron después, descubran al personaje en el contexto actual. Porque una cosa es el pasado y otra cómo apreciamos ese pasado hoy.
En ese sentido el libro de Mirtha Rivero, La rebelión de los náufragos (2010) y el documental CAP 2 Intentos (2016) de Carlos Oteyza han tenido efectos revulsivos entre los que vivieron aquella época y que le ha permitido a las nuevas generaciones asomarse a una Venezuela que no conocieron.
En esas páginas e imágenes queda la duda de si al final de su segunda administración el expresidente Pérez era sorprendentemente ingenuo, o perfectamente consciente del papel histórico que estaba cumpliendo al dejarse enjuiciar por un Fiscal General prevaricador, en medio de una abierta conspiración civil que terminó con los dirigentes de su propio partido entregado su cabeza a los leones para ver si así salvaban las de ellos.
Renace la popularidad de Carlos Andrés Pérez
No ha faltado quien diga que las dos citadas obras fueron “pagadas” poniendo en duda la integridad intelectual de sus autores. La acusación resulta, además, risible si se toma en cuenta los precarios recursos materiales con se ha está recordado en diversos sitios dentro y fuera de Venezuela el centenario de Carlos Andrés Pérez. Como hongos, muchas veces de manera descoordinada, surgen grupos promoviendo actividades sobre su memoria. Una medida de la nueva renacida popularidad del personaje es que hasta algunos de los que hace 30 años fueron activos antagonistas dentro de Acción Democrática hoy no dudan en montarse en el carro del culto al nuevo héroe republicano.
La rebelión de los náufragos y CAP 2 Intentos han sido parte de la auto expiación colectiva donde se reivindica al sacrificado. Según Girard el proceso del chivo expiatorio no tiene que ser asumido por toda la sociedad o el grupo en cuestión, ni siquiera por la mayoría. Sólo basta que una parte significativa lo asuma para transformarlo en mito.
Sin embargo, más allá de esto, lo cierto del caso es que CAP fue un político de muchos defectos a quién esos enanos morales que resultaron ser la mayoría de sus adversarios (con muy contadas y notables excepciones) sistemáticamente se han dedicado a reivindicar durante tres décadas.