Pedro Benítez (ALN).- Corría el año 1972 cuando el gobierno militar argentino que encabezaba el general Alejandro Agustín Lanusse se preparaba para entregar el poder a los civiles mediante elecciones. Acosados por la creciente violencia política que protagonizaban Montoneros y el ERP, la dictadura comenzó a negociar con los políticos civiles las normas para la eventual normalización institucional del país.
Luego de algunas negociaciones frustradas, Lanusse optó por convocar elecciones para el 11 de marzo de 1973. Aunque prometió efectuarlas sin proscripciones, se reservó dos cartas bajo la manga: dispuso que solo podrían presentarse como candidatos quienes residieran en Argentina a partir del 25 de agosto de 1972 y prohibió que un partido político tuviera como denominación un nombre propio. Las normas sobrevenidas tenían nombre y apellido, Juan Domingo Perón.
Derrocado por el golpe de Estado de 1955, el ex presidente había permanecido en el exilio durante 18 años (Paraguay, Panamá, Venezuela, República Dominicana y España) y con su partido proscripto y perseguido por sus antiguos camaradas de armas. Él era la bestia negra a la que se le pretendía cerrar el paso de regreso al poder. Presidente de facto desde 1971 y apoyado por el ala militar moderada, Lanusse demostró su compromiso con la restauración de un gobierno constitucional y las libertades públicas.
Sin embargo, odiaba al peronismo y buscaba una forma de mantenerlo fuera del poder sin recurrir a la represión. Por su parte, Perón, ya con 76 años de edad, se dio cuenta que esa era su última oportunidad de retornar al mando del gobierno argentino. Por lo tanto, los dos hicieron lo único sensato, negociar.
Perón aceptó las exigencias de Lanusse
Perón aceptó las exigencias de Lanusse a cambió de que lo dejaran regresar a Argentina y se eliminaran varias acusaciones abiertas en su contra, entre las que se contaba la de traición a la patria. El 17 de noviembre de 1972 retornó en medio de la euforia de sus partidarios y de las amenazas de sus más tenaces enemigos dentro de la Fuerzas Armadas. El 22 de agosto de ese mismo año el sector más antiperonista de la Marina, en un intento por impedir esas elecciones, asesinó a 16 guerrilleros detenidos en lo que se conoce como la Masacre de Trelew.
Consciente del gran arrastre popular que conservaba el caudillo peronista, Lanusse temía que, una vez en el país, presionara a fin de obtener su habilitación; pero rodeado de su más fieles, el astuto anciano permaneció callado sin mostrar sus verdaderas intenciones. Se acercó a su antiguo rival, el líder del partido Radical, Ricardo Balbín, con quien se abrazó públicamente para dar un mensaje de concordia que pudiera atenuar la violencia política. Dos décadas antes lo había mandando a apresar al jefe radical, mientras este le cobró la factura respaldando el golpe militar de 1955.
Hasta evaluaron la posibilidad de presentarse juntos como candidatos a presidente y vicepresidente. No lo hicieron, en cambio, Perón armó una inédita coalición que incluía conservadores, demócrata cristianos, disidentes radicales, simpatizantes fascistas, antiperonistas, empresarios, sindicalistas y Montoneros, en una alianza que bautizó como Frente Justicialista de Liberación (Frejuli). Se mostró como un líder sabio, alejado de las viejas rencillas políticas, el padre del país, sin ninguna aspiración que no fuera la de traer la concordia entre sus compatriotas.
En el fondo sabía que era mejor confrontar al régimen militar con aliados que solo, por más entusiasmo que despertara en las masas. Sin dejarse presionar por Lanusse, ni por los aspirantes a su bendición, se tomó las cosas con calma.
Héctor José Cámpora, el elegido
Sólo quedaba por resolver un misterio, si el candidato de su inédita coalición no era él, ¿quién sería? En diciembre de 1972 Perón mostró su carta: el elegido fue el médico Héctor José Cámpora. Un desconocido pero leal peronista, muy cercano al sector más izquierdista del movimiento. Realizada su labor, regresó a España a ver los toros desde la barrera.
A pesar de las reticencias internas, el justicialismo se alineó con una consigna que en sí misma resumía una estrategia y una política, curiosamente al estilo leninista: “Cámpora presidente, Perón al poder”.
En marzo el peronismo se impuso con facilidad con el 49% de los votos frente a Balbin que se quedó con el 21% y Lanusse entregó el gobierno.
Siguieron varios meses muy difíciles, donde Argentina rozó el caos. Apoyado en el sindicalismo, Perón regresó definitivamente al país el 20 de junio de 1973 en medio de otro estallido de violencia, que en esa oportunidad protagonizaron sus propios partidarios con el peronismo ortodoxo y los militantes Montoneros liados a tiros.
Sin embargo, el viejo líder consiguió lo que quería. Habilitado para aspirar nuevamente y en ejercicio de sus derechos políticos, se postuló por tercera vez a la presidencia argentina, una vez que Cámpora renunció al cargo dejándole libre el camino. El 23 de septiembre fue elegido con el 62 % de los votos.
Independientemente del juicio que se haga de su persona y legado, la anterior fue la jugada política más brillante de la larga y accidentada carrera pública de Juan Domingo Perón. En su momento fue el más inesperado retorno de líder alguno en esta parte del mundo. Una demostración de que en ese oficio nadie está muerto y todo es posible.