Nelson Rivera (ALN).- En 1953 Camilo José Cela llega a Caracas, donde es “adoptado” por la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. De allí surge ‘La catira’, novela escrita por encargo y publicada en 1955, que venía a rivalizar con ‘Doña Bárbara’, de Rómulo Gallegos, quien había sido expulsado del poder por Pérez Jiménez. Ahora Cela regresa, pero al teatro, con el montaje de ‘La catira del general’, dirigida por Javiel Vidal, quien conversa con ALnavío.
En julio de 1953 Camilo José Cela llega a Caracas. Escritor de rico verbo, presencia imponente y seductora, un peculiar intelectual espectáculo. Dos años antes ha publicado La colmena. No ha cumplido 40 años y ya es una figura de las letras de la España franquista. Venezuela es el tercer país de su gira: antes ha estado en Ecuador y Colombia. En ambos se ha entrevistado con sus respectivos presidentes. Cuando llega a Caracas viene a dictar conferencias en la Hermandad Gallega y en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central de Venezuela. No es un invitado oficial.
Pero esto cambiará muy pronto. El 3 de agosto de 1953, durante un coctel que le organiza un funcionario del Ministerio de Relaciones Interiores, Cela es presentado a Laureano Vallenilla-Lanz Planchart, omnipotente ministro del Interior. Este encuentro supondrá un giro: Cela es “adoptado” por la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. Se produce una intensa amistad entre aquellos dos hombres. De ahí surge el proyecto que culminará en La catira, novela publicada en 1955 (en 2008, el ensayista venezolano Gustavo Guerrero publicó un cuidado estudio sobre el caso, Historia de un encargo, reconocido con el Premio Anagrama de Ensayo).
“Se muestra cómo Marcos Pérez Jiménez dejó una obra material intacta para la democracia, y cómo esta neo-dictadura deja la destrucción”
La dictadura quiere que el escritor realice una operación literaria y propagandística de su proyecto desarrollista, que llevaba el nombre de Nuevo Ideal Nacional. A comienzos de 1954, Cela ya ha concebido el proyecto: un ciclo de cinco novelas que se publicarían a lo largo de una década. La catira sería la primera de la serie. En términos literarios y simbólicos, La catira, cuya protagonista se llama Primitiva Sánchez -Pipia Sánchez- venía a rivalizar con Doña Bárbara, de Rómulo Gallegos, quien había sido expulsado del poder por un golpe militar del que Pérez Jiménez formó parte. Publicada en 1955, La catira recibió en España, al año siguiente de su publicación, el Premio Nacional de la Crítica. En Venezuela, por el contrario, apenas comenzó a circular, fue vapuleada por críticos y periodistas.
Cela regresa, pero a las tablas
Javier Vidal Pradas es una figura capitular del teatro venezolano: actor, director y dramaturgo de reconocida trayectoria. La catira del general, escrita en 2016 y estrenada el 30 de junio, es la tercera obra de su trilogía del poder. Ella representa, en cierto modo, un reencuentro de Vidal con la figura de Cela: “Se hablaba mucho en mi casa de La catira, porque mi tío Sol Pradas lo conoció en el Hotel Tamanaco cuando Camilo José Cela se hospedó en 1955” (el año que regresó a Caracas a presentar la novela).
Vidal profundizó en el vínculo de Cela con la dictadura: “La leyenda de un encargo tenía muchas aristas, y la lectura del galardonado ensayo de Gustavo Guerrero me dio la luz que necesitaba para enfrentarme al siguiente dictador de la saga de los ‘gochos’. No me interesó el estilismo, la estructura o los dialectales de la novela, sino el contexto y la sumisión del escritor frente al dictador y a su protector, Laureano Vallenilla-Lanz Planchart”.
El dramaturgo habla de la experiencia de leer La catira, después de tanto tiempo: “Al leerla décadas después de escrita, me resultó algo engorrosa pero no exenta de ironía y sarcasmo. Cela, con su prepotencia gallega, hiló una narrativa objetiva y directa que enalteció más a Rómulo Gallegos, en contra de su pretensión de hundirlo y olvidarlo. Y en el naufragio se llevó al Nuevo Ideal Nacional, a la Venezuela moderna y pujante de cemento armado, y más que ‘una gracia al lector’, la de las 896 voces del diccionario que incluyó al final del libro, lo que hizo fue una morisqueta al lector venezolano, que ofendió tanto a liberales de izquierda como a conservadores de la derecha pérezjimenista”.
Cela en 1955 y en 2017
En efecto, tal como señala Javier Vidal Pradas, la reacción de rechazo a la novela cuando fue publicada en 1955 fue, en la práctica, unánime. Mariano Picón Salas, que en 1953 había sido anfitrión de Cela, señaló que cada página de la novela requería de un glosario. Miguel Otero Silva fue lapidario: “Tal vez lo que produce mayor enojo al leer La catira es el léxico. Todos sus personajes (…) hablan al unísono una jerigonza incomprensible aun para el más curtido de los venezolanos. Es un dialecto singular, construido a base de regionalismos diversos, cubanismos, andalucismos, contracciones arbitrarias, giros inusuales en nuestro idioma, salpicados de obscenidades e indecencias”.
La historia es conocida: ante tal reacción, que hasta incluyó un comunicado del capítulo venezolano de la Academia de la Lengua, Cela intentó contestar a las críticas en una entrevista concedida a Últimas Noticias. En mayo de ese 1955, salió del país sin despedirse de Vallenilla-Lanz Planchart.
Le preguntamos a Vidal Pradas sobre la reacción del público que ha asistido hasta ahora. La escenificación de La catira del general coincide con las más duras protestas que, desde 1999 a esta fecha, hayan ocurrido en contra del régimen de Chávez y Maduro: “El público ve a Marcos Pérez Jiménez y escucha a nuestros actuales verdugos. Hay un objetivo paralelismo donde se muestra, sin tomar partido, cómo Marcos Pérez Jiménez dejó una obra material intacta para la democracia, y cómo esta neo-dictadura deja la destrucción de los períodos democráticos y pre-democráticos como única obra tangible. Queda abierta la interpretación del intelectual que justifica la presencia y necesidad de ese ‘gendarme’ como ‘ogro filantrópico’, censor y represor de la libertad de expresión. También son patentes y patéticos los heraldos de esta dictadura en la voz de los intelectuales que aplauden este baño de sangre”.