(EFE).- En la orilla del río La Paragua, cuatro hombres lavan la tierra que recogieron durante el día en las calles del poblado homónimo del sur de Venezuela, en busca del oro que haya caído en el regreo de mineros ilegales, cuya tarea busca erradicar el Gobierno con la ejecución de miles de desalojos en las últimas semanas.
Son barrenderos dedicados a una labor común en esta localidad, recientemente enlutada por la muerte de al menos 16 personas, víctimas de un derrumbe en la mina ilegal ‘Bulla Loca’, por el que resultaron heridas 36 personas más, según las autoridades.
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Las mismas dicen que han desalojado de este yacimiento, desde finales de febrero, a 2.800 personas.
Con escoba y pala, los barrenderos comienzan la faena temprano, antes de que el resto de los habitantes salga a las calles, para aprovechar el escaso o nulo tránsito y que la temperatura del suelo todavía es baja. Usan sacos o bolsas para guardar la tierra que recogen.
Luego, transportan la carga en carretillas o sobre sus hombros hasta el río, en cuyas orillas se sientan y sacan sus utensilios, entre ellos una bandeja, donde echan en partes lo recogido y empiezan a lavar, con la esperanza de encontrar pepitas o partículas doradas.
«El minero, cuando viene con suficiente cantidad de oro, lo bota, y lo que cae al suelo uno lo va recogiendo», dijo a EFE Yosnelby Bastardo, de 31 años de edad.
¿Oro? La necesidad llama
Yosnelby, quien también bota basura y limpia patios de casas del pueblo a cambio de una paga, hace «lo que salga» para «sobrevivir», excepto minería ilegal, una actividad a la que le teme por sus riesgos, demostrados con el colapso de ‘Bulla Loca’, que cientos de militares se encargan de desmantelar en operativos contra esta actividad en varias zonas sureñas.
Por tanto, prefiere barrer en el pueblo, lo que, además, lo mantiene cerca de su familia, especialmente de sus hijos, quienes «necesitan el diario», es decir, el sustento.
«Hay que ponerle corazón y escoba pero, mientras tú trabajas, lo consigues», agregó.
Diógenes Lara también describe como una «lucha diaria» el día a día en La Paragua, estado Bolívar (fronterizo con Brasil), donde, según dijo a EFE, varias personas se ven obligadas a trabajar en la minería ilegal ante las dificultades para desarrollar otras actividades, como la pesca y la agricultura, debido a la escasez de combustible.
«Se nos pone muy difícil, por eso tenemos que migrar a las minas, dejar el trabajo de nosotros, que es la pesca, porque no nos da, y migramos a la mina, donde pasan estos sucesos que nos enlutan», dijo este pescador de 54 años de edad, quien perdió a uno de sus hijos en el derrumbe.
Cerca del río, está su local, donde vende lo poco que pesca, para lo que se aleja de la orilla y navega hasta perderse de vista sobre una pequeña y alargada embarcación.
«La vida del pescador está más ruda que antes por el problema de la gasolina», lamentó Diógenes, quien insistió en que solo necesitan apoyo para «trabajar bien» y expandir su actividad.
Un «pueblo olvidado»
El pescador señaló que, de vez en cuando, suministran combustible en la única estación de servicio «que está funcionando», pero -indicó- de manera regulada.
Al margen de la ley, una «pimpina» (recipiente) de 70 litros cuesta «dos gramas de oro» (unos 100 dólares), y los pescadores necesitan un mínimo de 90 o 100 litros para la pesca.
«Tenemos muchas dificultades con el problema de la gasolina. No hay apoyo, aquí no tenemos apoyo de ninguna clase, de ninguna», expresó Diógenes, quien considera La Paragua como un pueblo «olvidado».
Cuando las autoridades visitan el pueblo, hacen «campañas políticas sucias», y el Gobierno, «en vez de agilizar las cosas al que trabaja, a veces le pone trabas», que se queja de no recibir siquiera algunos beneficios que llegan a otras zonas del país.
Es, según los pobladores, «el hambre junto al oro», como escribió el novelista y expresidente venezolano Rómulo Gallegos en referencia al sur de la nación. Así es La Paragua.
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