Mariveni Rodríguez (ALN).- Una pintura suya, un autorretrato figurativo de él en los brazos de su madre, con un fondo que dibuja la playa de La Concha donostiarra, bien podría exhumar la memoria de su familia vasco-venezolana y sus inicios como artista plástico. En su nuevo espacio Balliache Art Studio, Miguel Balliache, arquitecto y artista por vocación, reconoce que su obra tiene influencia tanto de Bacon, Basquiat y Mapplethorpe como de su tía-abuela vasca, que era encargada de un local de Balenciaga, o de su abuelo pastelero. En esencia, Balliache es su firma personalísima, la impronta vasco-latina que descubre en cada pintura, cerámica o escultura. Él -confiesa- se siente un “híbrido de dos mundos”.
Miguel Balliache ha sido el primero en emigrar a España y hacer el camino de vuelta de una familia retornada conformada por su madre, Maricoro Ruiz, y su hermano, Javier Balliache. Al reabrir ese camino de retorno a sus raíces vascas, Miguel Balliache ha experimentado la enigmática llama que inflama las emociones cuando se conecta con la tierra de sus antepasados: surge aquí su faceta de pintor con sus brochas de tonos marrones y rosados. Los colores más vivos fluyen con su esencia tropical evocando remembranzas. ¿Qué es emigrar?, surge en esta paleta cromática.
“Me tumbaste. Porque he apagado mi emoción caraqueña para evitar algo que te machaca, te tumba. Cuando vivía en Venezuela no apreciaba tanto su luz, el cerro El Ávila, el amarillo y el verde de la naturaleza, nuestro clima. Pero echo de menos Bahía de Cata y cuando escucho música venezolana me derrito; eso me ablanda”, dice, visiblemente quebrado, Balliache.
“No obstante -reconsidera- cuando pienso en montar una carpa (tienda de campaña) en una playa cualquiera de Venezuela, me viene la sensación de una pistola y la amenaza que representa… Esto me pone nervioso. Agradezco mucho vivir aquí, en San Sebastián, Donostia”, describe Balliache.
“Pero hay otras realidades. También echo en falta los domingos en el circuito conformado por el Museo de Bellas Artes, el Ateneo de Caracas, el Museo de Arte Contemporáneo Sofía Imber y la Galería de Arte Nacional; los banquitos donde me sentaba a admirar este complejo proyecto arquitectónico y el conjunto de obras emblemáticas de arte que allí se encuentran. Supongo que todavía están allí aquellos íconos…”, dice Balliache dudando sobre el destino actual de estas piezas.
Pude ver que en Venezuela venían cambios profundos
“En la Facultad de Arquitectura te enseñan a resolver problemas y técnicas indispensables para construir. Gracias a esa licenciatura controlo las herramientas, el espacio, los pesos, medidas, equilibrios y la reacción del óxido. También reconozco mi formación en Miami, donde aprendí las técnicas de la pintura y escultura. De mi tía-abuela, que era encargada de un local de Balenciaga, aprendí la pasión por los hilos y los botones. De mi abuelo, pastelero, la cocina, me encanta cocinar”, comenta.
Otra realidad que cruza sus raíces vasco-latinas son las olas altas y la forma que tiene La Concha de San Sebastián, cuyo relieve bien podría guardar una relación secreta con la Bahía de Cata, con el mapa del tesoro donde aquel Miguel pasaba sus vacaciones nadando en aguas prístinas o construyendo castillos de arena. Hotel Okako, ubicado en el barrio de Gros de Donostia, tiene su impronta como arquitecto y artista.
“Hay veces en que pienso cómo vivimos aquí y allá. Lo bueno y lo malo que los abuelos, al partir, conocieron allá por ser eso: emigrantes. Soy descendiente de vascos. Donostia es la ciudad de mis abuelos, de mis tíos, de mi madre, quien vivió 47 años en Venezuela y la extraña cada día. Ellos llegaron a Venezuela vía barco, en la nave Santa María que zarpó desde Vigo al puerto venezolano de La Guaira. Allí cambió toda nuestra historia”, dice Balliache haciendo un autorretrato y un viaje con idas y vueltas decisivas.
Balliache emigró de Venezuela en 2003, cuando vio que la oposición política venezolana y millones de personas extendían sus protestas contra el régimen de Hugo Chávez, saliendo en masa de sus casas a sus barrios y de estos a las autopistas. “Allí pensé: hay que salir, pero no me vine huyendo. En ese momento no era consciente del deterioro que habría, pero pude ver que venían cambios muy profundos… Los amigos han emigrado todos y es más fácil reencontrarnos en cualquier ciudad del mundo que donde nacimos”, comenta.
Dar vida a una obra con residuos reciclados
“Fue la última vez que vi a mi tío Felipe, nos despedimos en el parking de la casa. Él falleció luego en el 2004. He hecho cayo, piel, varias capas. He trabajado como camarero sirviendo copas y comida. Aprendí a servir mi primera caña. España estaba boyante; había otra alegría. También pinté casas y trabajé por varios años en el hotel María Cristina dejando el trabajo en barras para atender el servicio en habitaciones. Durante el Festival de Cine de San Sebastián serví a Brad Pitt, Dustin Hoffman, Julia Roberts, John Travolta, Benicio del Toro, Bruce Springsteen”.
“Cuando mi madre regresó a San Sebastián (2009) le comenté sobre el boom hostelero que estaba presentando esta ciudad y la experiencia de montar un hotel boutique surgió pensando en que Donostia sería Capital Cultural. En 2014 abrió Okako. Una experiencia en construcción a escala pequeña (12 habitaciones) y un proyecto con visión de servicios. Como arquitecto y artista este matrimonio ha sido muy valioso para dar a los clientes una atención personal y familiar”, destaca.
Este es un hotel construido con materiales y estilo rústico (piedras y maderas). Destaca el gusto local y la mezcla con la pintura y obra artística de Balliache da un carácter muy auténtico a este proyecto. Las manchas y fondos de su trabajo plástico establecen un diálogo con los detalles de construcción y decorativos de este espacio. Pinturas (no figurativas) y esculturas hechas con desechos de la ciudad forman una sinergia imbricada.
Balliache ha expuesto su obra en galerías de Bilbao, en el espacio Kutxakultur de la Tabakalera de San Sebastián; hizo suyo el premio Goiart del País Vasco y con su ingenio natural transforma lugares abandonados, como una pescadería o naves, en espacios creativos. Es un buscador innato con visión futurista que atesora objetos o un coleccionista de piezas que reutiliza para darles otra vida. Actualmente está tumbando paredes, cortando maderas, forjando con hierro. En @Balliache_ArtStudio un supermercado será transformado en su casa-taller.
150 metros cuadrados con galería y salón de clases que dedicará a producir obra, ofrecer talleres en torno a la escultura, construcción de piñatas, pintura y uso de herramientas. En este espacio aquel peque que en un autorretrato era arropado por los brazos de su madre se suelta, se busca a sí mismo. “Encerrarnos en nuestros espacios de trabajo nos lleva a los artistas a tener inquietudes que nos ayudan a construir un universo individual”, dice mientras en el fondo de su creación hay un artista y un autorretrato sobre la emigración. Inquietante.