Pedro Benítez (ALN).- Todo indica que el golpe militar del 24 de noviembre de 1948 tomó por sorpresa a Rómulo Betancourt. Esta afirmación puede resultar inverosímil, tratándose de un político que a lo largo de su vida dio sobradas muestras de astucia y se ganó fama como un táctico y estratega que siempre se adelantó, en varias jugadas, a todos sus adversarios. Sin embargo, ningún ser humano es infalible; en ese sentido, la vida de nuestro personaje de hoy está llena de malos cálculos y traspiés. Ese fue uno de esos.
Según el testimonio de su hija, Virginia Betancourt Valverde, al momento del derrocamiento de Rómulo Gallegos no había tomado ninguna previsión que le facilitara el paso a la clandestinidad, a diferencia de 1937, ocasión en la que siendo uno de los destinatarios del decreto de expulsión expedido por el general Eleazar López Contreras, se las arregló para permanecer escondido en Caracas casi tres años.
Ciertamente, el Betancourt de 1937 no era el mismo de 1948. Ya había sido presidente de la Junta de Gobierno (1945-1948), razón por la cual todo el país lo conocía. Esconderse ahora era más difícil, no obstante, no preparó “concha” alguna, ni para él, ni para su familia, ni había previsto asilarse en una embajada.
En mayo de año se había ausentado del país en un intento por neutralizar la extendida campaña según la cual era él y no el presidente Gallegos quien realmente mandaba en el país. Discretamente inició un exilio no declarado, lo mismo que su rival, el entonces jefe del Estado Mayor, el teniente coronel Marcos Pérez Jiménez, a quien con distintos pretextos el gobierno mantuvo alejado del territorio nacional en misiones militares.
Pero la ausencia temporal del líder de Acción Democrática (AD) no hizo cesar las críticas desde la calle, ni las conspiraciones dentro de los cuarteles, en contra del primer gobierno elegido democráticamente en Venezuela. Alarmados por los crecientes rumores de golpe de Estado, los dirigentes adecos lo hicieron regresar en septiembre. Creen que su habilidad para desmontar conspiraciones es imprescindible en esa hora. Para entonces Pérez Jiménez también ha retornado y su influencia en la Fuerzas Armadas (FF.AA.) en más importante que nunca; alentado por el reciente golpe del general Manuel Odría en Perú, presiona al gobierno para que constituya un gabinete de coalición.
Tiempo
Mientras tanto, Alberto Carnevali (secretario general de AD) y Gonzalo Barrios (secretario de la Presidencia) intentan conciliar con los jefes militares. Pero el presidente Gallegos, un hombre de rígidos principios, es inflexible y no acepta presión alguna de los mandos castrenses al poder constitucional que el pueblo le ha dado. Así que el descontento entre la oficialidad creció. El doble juego del ministro de la Defensa, Carlos Delgado Chalbaud, y la enfermedad del inspector general de las FF.AA., Mario Ricardo Vargas, complicaron todavía más las cosas.
Pero Betancourt, convencido de que en una negociación los políticos siempre van con ventaja, le pidió al gobernador del Territorio Amazonas, José Giacopini Zárraga (amigo de los dos grupos), que gestionará una reunión con los militares. La misma se realizó la madrugada del 22 de noviembre, en la residencia de Mercedes Gómez de Machado Hernández, tía de Delgado Chalbaud. Asistieron Delgado, Luis Felipe Llovera Páez y Rafael Alfonzo Ravard; por los civiles, Betancourt y Gonzalo Barrios, con Giacopini Zárraga como mediador. El líder adeco les pidió tiempo para tratar de solucionar la crisis y atender sus demandas.
Betancourt creyó haber llegado allí a un acuerdo. No obstante, la insubordinación del mayor Tomás “el mono” Mendoza en la guarnición de La Guaira al día siguiente precipitó los acontecimientos. Las FF.AA. recibieron la orden de acuartelarse lo que facilita la acción definitiva. Desde una radio en Santo Domingo el gobierno de Rafael Leonidas Trujillo desató una cadena de improperios contra Betancourt.
Colombia ofrece resguardo
El gabinete de ministros renunció, pero ya las cartas estaban echadas. El 24 de noviembre al mediodía se instala una Junta militar que toma el control de Miraflores y arresta a Gallegos en su residencia de Altamira. El intento por formar un gobierno de resistencia en Maracay, encabezado por el presidente del Congreso Nacional Valmore Rodríguez y el comandante Jesús Manuel Gámez, fracasa. El 5 de diciembre el presidente fue expulsado del país con su esposa y sus dos hijos. El resto de los miembros de su gobierno, así como la mayoría de los senadores y diputados de AD, pasaron largos meses detenidos en la Cárcel Modelo.
A esas alturas Betancourt se había evaporado. Acompañado de Alejandro Oropeza, se escondió de manera accidentada en las pocas casas donde había disposición a recibirlo. Era plenamente consciente del intenso odio que le tenía el grupo de golpistas. Su situación personal fue tan desesperada que llegó a dormir debajo de puentes, mientras las patrullas militares intentaban dar con su paradero por toda Caracas. Inicialmente quiso asilarse en la Embajada de Chile, pues sabía que el gobierno de Gabriel González Videla lo apoyaría. Pero la Junta militar se le adelantó y puso bajo estricta custodia esa sede diplomática.
Aunque recelosos por el gobierno conservador de Mariano Ospina Pérez que gobernaba a ese país, Marcos Falcón Briceño y Francisco Álvarez Chacin gestionaron el asilo de líder perseguido ante la Embajada de Colombia, ubicada por aquella época frente a la plaza de la urbanización Campo Alegre. Fiel a su tradición desde el siglo XIX el gobierno colombiano le concedió el resguardo.
Sin salvoconducto
Para entonces, Colombia estaba en medio de un conflicto diplomático con Perú a raíz del asilo que pocas semanas antes también había otorgado al líder aprista Víctor Raúl Haya de la Torre quien, perseguido a su vez por el golpe de Odría, se había refugiado en su sede diplomática en Lima. Allí pasaría más de cuatro años, puesto que esa dictadura se negó a otorgarle el salvoconducto correspondiente.
En el recinto diplomático Betancourt encontró a sus compañeros Carlos D’Ascoli, al líder sindical Juan Herrera y a Domingo Alberto Rangel. No estuvieron aislados porque recibieron vistas a casi a diario, tanto de Carmen Valverde, como de la madre de D’Ascoli, quienes se las arreglaron para entregarle un revólver a Rómulo. El industrial Alejandro Hernández fue uno de los pocos que demostró su auténtica amistad en medio de la desgracia.
Sin embargo, el acoso se aplicó por otros medios. La vivienda donde la familia Betancourt vivía alquilada fue allanada y saqueada en la tarde del 24 de noviembre. Todos los objetos personales fueron robados, destruidos o botados, incluyendo las cartas personales del matrimonio y el único borrador existente del libro sobre política y petróleo.
A esposa e hija no les quedó más remedio que irse a vivir a casa de una cuñada, donde recibieron muy pocas visitas de familiares y amigos. Así es perder el poder en Venezuela.
Tres razones
Un indicio de que Betancourt no creyó que el gobierno de Gallegos podía ser derrocado, o al menos no tan rápido, es el contenido de una misiva fechada el 1ero de diciembre dirigida a la dirección nacional de su partido, y que fue entregada por Carmen Valverde a Luis Troconis Guerrero:
“Compañeros del CEN: Imposibilitado de comunicarme con Uds., he tomado la decisión de irme a una Embajada y procurar salir al extranjero. Esta grave decisión la adopto fríamente, serenamente, ocho días después de la militarada. Las razones son tres:
1) Me apresarán o asesinarán de un momento a otro. No estábamos preparados para la ilegalidad y esto me afecta más que a nadie. He estado saltando de una casa para otra a pleno día, manejando yo mismo, entre gentes aterradas, tirándome las puertas en las narices. (Ayer atravesé a pie por un pelotón de soldados, dirigidos por Rincón Calcaño.) 2) La presencia mía en la clandestinidad si es que pudiera mantenerme en ella, crea en la gente la falsa ilusión de que vamos a recobrar de inmediato el poder. Volveremos a él, pero después de un trabajo lento y no por una acción mágica; y 3) Vivo un momento de íntima depresión, explicable por razones que conocen varios compañeros del CEN, esta situación de ánimo me resta transitoriamente serenidad para analizar los acontecimientos. Creo que el CEN, para evitar desconcierto, debe decir en un comunicado impreso que ordenó mi asilamiento y salida al extranjero. Si no lo hace, lo interpretaré como desaprobación de mi conducta, y me condenará a la anonimia de un exilio sin retorno. Pero no olviden esto: estoy procediendo fríamente, con lucidez, seguro de mí mismo, total confianza en el pueblo y en el partido, sin vacilar en la creencia de que el futuro me dará la razón. Los abraza R”.
El gobierno militar interceptó esa correspondencia y la difundió con intención de desacreditar a su autor y presentarlo como un cobarde. Pero ese, sería solo una de las distintas vicisitudes que rodearon sus semanas de asilo.
Reconocimiento
Hubo una segunda carta que se hizo publicar junto con la primera, y cuya autoría se atribuyó también a Betancourt. En la misma se pronosticaba la disolución del ejército y su sustitución por milicias populares armadas. Él negó con mucho énfasis haberla redactado.
Según Manuel Caballero, el autor de la misma fue Domingo Alberto Rangel.
Mientras tanto, se bregaba el salvoconducto que le permitiera a Betancourt salir del país, pero esto se convirtió en un problema político de carácter internacional, no solo por sus influyentes amigos en el exterior, sino porque la Junta militar precisaba el reconocimiento oficial del gobierno de Estados Unidos.
Washington había dado rápido reconocimiento al gobierno militar peruano, y eso había servido de acicate a los promotores de la felonía en Venezuela. Pero una vez llegado a La Habana como exiliado, Gallegos denunció que un “agregado militar extranjero” había estado involucrado en el golpe. Se refería a la presencia del misterioso coronel Adams en el Cuartel de Miraflores el 24 de noviembre. El New York Times se hizo eco de esa versión.
Esa declaración provocó una conmoción y hasta una crisis no menor en el Departamento de Estado donde sus funcionarios habían visto con simpatía el gobierno adeco, aunque no así sus contrapartes del Pentágono.
“Muy lejos de ser un individuo derrotado”
Preocupado en no malponer a AD con el gobierno y la opinión pública de Estados Unidos, Betancourt insistió en desmentir a Gallegos y atribuyó la instigación golpista a Juan Domingo Perón y a Odría. La Internacional de las espadas, como la denominó. En esa versión fue secundado por los dirigentes de su partido, incluyendo Domingo Alberto Rangel.
Para tal fin pidió entrevistarse con el embajador Walter J. Donelly. Tenemos acceso a la versión de esa reunión por parte del diplomático porque la profesora Margarita López Maya indagó en los archivos correspondientes del Departamento de Estado y lo publicó en el trabajo de su autoría que citamos al final de este texto.
El encuentro se desarrolló en la Embajada de Colombia el 16 de diciembre y, según Donelly, Betancourt se encontraba “cansado, deprimido y decepcionado”, pero “muy lejos de ser un individuo derrotado”. Allí le habría manifestado que Gallegos era “un hombre honesto y sincero, pero frecuentemente desinformado”.
También, le solicitó su intermediación para conseguir el salvoconducto y le expresó sus deseos de vivir en Estados Unidos. Además, hizo una profecía que volvería a repetir en el exilio: “…quizá en un año, en dos o diez, pero recuerde mis palabras, volveremos al poder, no por la fuerza, ni por el apoyo de los cuarteles, sino por la demanda popular y el levantamiento de las masas venezolanas”.
Exilio
Al parecer Donelly fue extremadamente prudente y no se comprometió. Tal como había ocurrido en 1945 con Eleazar López Contreras e Isaías Medina Angarita, a los que se les facilitó un avión de la Pan American que los llevó al exilio, la preocupación del personal diplomático estadounidense era para con la integridad física de Gallegos.
Con miras a las gestiones de reconocimiento diplomático a la Junta militar, Donnelly también se habría reunido con Delgado Chalbaud. Este se habría mostrado ansioso por dar su versión del proceso que condujo a la caída del gobierno civil y dar seguridades a las inversiones norteamericanas. El representante diplomático, por su parte, quería estar seguro de que el Ejército tenía la situación bajo control.
Como les manifestó a otros interlocutores por esos días, Delgado aseguró que los militares no pensaban perpetuarse en el poder.
Después de esta conversación, el embajador propuso a su gobierno otorgar el reconocimiento el 10 de diciembre. No obstante, eso no ocurrió ese mes, sino el 21 de enero de 1949. Las declaraciones de Gallegos al bajar del avión en La Habana alteraron los planes y hasta el presidente Harry Truman le envió un emisario para asegurarle que su gobierno no había tenido nada que ver en su derrocamiento.
Salvoconducto en fecha simbólica
No es descabellado pensar que ese incidente contribuyó a que, como parte de una negociación, a Betancourt se le otorgara el salvoconducto en una fecha que una década más tarde sería significativa: el 23 de enero. A cambio de ello el gobierno colombiano reconoció a la Junta militar.
No obstante, en la versión de Virginia Betancourt salieron de la Embajada de Colombia el 22 de febrero de 1949 con destino al aeropuerto de Maiquetía. Se trasladaron en dos vehículos, uno con el Embajador de Brasil, Sainz Brisson, Decano del Cuerpo Diplomático, y otro de esa Embajada.
Allí fueron objeto de un minucioso registro, donde los esbirros creyeron apropiarse de una fortuna de 12 mil o 14 mil francos de la época (veinte dólares).
Betancourt no se exilió en Colombia. Luego de varios días de espera en Jamaica, pasó tres días en Cuba, y de ahí se fue a vivir un año y medio con su familia en Estados Unidos. Luego regresó a Cuba, donde había sido electo a la presidencia su amigo Carlos Prío Socarrás.
Durante la siguiente década vio caer asesinados a varios de sus más brillantes compañeros de causa dentro del país, mientras que él y otros denunciaban desde el exterior los crímenes que, como cual maldición gitana, otro régimen dictatorial cometía en Venezuela.
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