Rubén Machaen (Ciudad de México/ALN).- A 50 años de la masacre de Tlatelolco, Félix Hernández Gamundi, líder del Movimiento Estudiantil de 1968, recuerda las horas aciagas de aquel 2 de octubre, su paso por la cárcel de Lecumberri, y reflexiona sobre la vigencia de la memoria histórica de México.
Corría 1968. Año convulso para la historia: Estados Unidos protestaba contra la intervención de Vietnam; Checoslovaquia vivía el auge de la Primavera de Praga; y en Francia, el estudiantado y la clase obrera dieron forma al Mayo Francés. Mientras tanto, en México se gestaba el movimiento cívico -posteriormente reprimido- más significativo de su historia contemporánea. Aún se desconoce el número exacto de muertos y heridos que dejó la represión. Los detenidos fueron llevados a la cárcel de Lecumberri.
“El Movimiento de 1968 maduró muy rápido, en parte, gracias a todo el contexto internacional de la época, que ejercía una influencia intelectual muy grande en la juventud”, recuerda Félix Hernández Gamundi, en aquel entonces estudiante del tercer año de la carrera de Ingeniería en Comunicaciones Electrónicas del Instituto Politécnico Nacional (IPN) y miembro activo del Consejo Nacional de Huelga (CNH), órgano creado el 2 de agosto de 1968 como respuesta a la represión por parte de las autoridades contra estudiantes e instituciones educativas.
“Al principio pensamos que se trataba de una provocación. Entonces a los disparos se sumaron gritos y a lo lejos, sangre y cuerpos caídos”
“La mayor parte de quienes integrábamos el CNH no tenía militancia política alguna. Además de la influencia del contexto internacional, fueron las condiciones de acoso y represión sistemática del Gobierno lo que nos hizo madurar del modo en que lo hicimos”, recuerda Hernández Gamundi, cuyo talante, tan sobrio como afable, empieza a mostrar detrás de unos lentes de pasta café y un poblado bigote blanco.
La masacre de Tlatelolco
Cárcel y muerte eran dos escenarios posibles para los integrantes del movimiento estudiantil. Llegado el 2 de octubre, ambos se hicieron presentes. En el tercer piso del edificio Chihuahua, en la Plaza de las Tres Culturas, un grupo de estudiantes operaba los micrófonos y parlantes de la protesta, cuando se iniciaron los disparos. “Al principio pensamos que se trataba de una provocación. Entonces a los disparos se sumaron gritos y a lo lejos, sangre y cuerpos caídos. Intentamos bajar a la plaza para organizar la retirada”.
Pero no fue posible. Los ascensores dejaron de ser una opción. Habían cortado la energía eléctrica.
“Cuando intentamos bajar por las escaleras, coincidimos con los guantes blancos -miembros del Grupo Olimpia, civiles armados cuyo distintivo era un guante blanco- disparando a quemarropa”.
Civiles armados en la detención de estudiantes
Para aquel momento, el ejército había tomado la Plaza de las Tres Culturas y comenzaron a aparecer tanques de guerra.
“Los guantes blancos nos obligan a retroceder y regresamos al balcón del tercer piso, mientras siguen las ráfagas sobre nuestras cabezas”, recuerda Hernández Gamundi. Los estudiantes subían escaleras y tocaban puertas sin obtener respuesta. “La gente tenía mucho miedo”, dice, “hasta que un vecino del quinto piso nos dio refugio”.
“La agresión se inició a las 5 de la tarde; la balacera duró aproximadamente 40 minutos y a mí me detuvieron a las 12 de la noche”, recuerda Félix Hernández con imperturbable exactitud.
Lo llevaron, junto a otros compañeros, a un departamento del primer piso del mismo edificio Chihuahua, donde fueron golpeados, interrogados y despojados de sus ropas.
“A los detenidos nos llevaban a caballo, en carrozas, con militares a cada lado, quienes durante todo el trayecto iban simulando una plática sobre qué iban a hacer con nosotros: ‘ahí tú te encargas, porque los bajas a todos’; ‘ahí les vas a dar ley de fuga’, decían. Hasta que llegamos a la cárcel militar. Fue un alivio”, dice.
Allí pasó los primeros 10 días de su detención. Aislado y a oscuras, en una celda con un camastro metálico gélido y más pequeño que él, sin ropa ni sábanas.
-¿Y cómo se calentaba?
-No te calentabas nunca.
Lecumberri y el miedo que cambió de bando
La cárcel de Lecumberri, al sur de la Ciudad de México, tenía entonces 68 años en funciones. Los mismos en los que se acumularon tantas y tan nefastas historias, que le valieron el mote de “Palacio Negro de Lecumberri”. Cuenta Hernández Gamundi que a los estudiantes se les quiso someter al “mismo régimen de terror que les era aplicado a los reos comunes”, pero que ellos “resistieron”.
“La actitud desafiante del movimiento estudiantil se acrecentó en la cárcel”, afirma Hernández Gamundi. “Los carceleros pasaban lista a las 5:30 am; nosotros no la acatamos; llamaron a una banda de guerra para despertarnos y no lo hicimos; y cuando quisieron reprimirnos, los tomamos como reos”.
-¿Reos?
-Reos -reafirma Hernández seguro y vigoroso ante el recuerdo-. Se les dio la orden de reprimirnos por desobediencia y nosotros los encerramos a ellos en nuestras celdas y tomamos el pasillo.
-Habrán llamado por refuerzos…
-Sí. Llegó la policía externa. Colocaron nidos de ametralladoras en los techos y fue allí cuando sacamos a los carceleros. ‘Tendrán que matarnos a todos’, pensamos. Éramos muy desafiantes. Había mucho coraje.
-¿De valentía o de rabia?
-Mira, nosotros en el movimiento nos acostumbramos a lidiar con la policía y el ejército. Entonces llegó un momento en el que perdimos el miedo. Ya estábamos presos. Lo único que quedaba era que te mataran, pero ya no había miedo. Mas bien el miedo había cambiado de bando.
-¿El miedo cambió de bando?
-“Tú no puedes pasar más allá de lo que te ordenaron”, les decíamos a los carceleros. Y ahí veías al cuate, nervioso con fusil en mano. No nos trataban como a los reos comunes. Allí, a pesar de las circunstancias, se fue construyendo un triunfo moral.
“Octubre del 68: Ni perdón, ni olvido”
Félix Hernández Gamundi salió de prisión en 1971. En febrero de 1972 fundó, junto a otros compañeros del movimiento estudiantil, Punto crítico, publicación mensual de “análisis político, no de información”, cónsona con el momento histórico del país. “Era un nuevo momento de la vida política nacional, por lo que era necesario un medio de las características de Punto crítico, donde se hablaba de los movimientos estudiantiles, campesinos, sindicales, de economía y hasta había caricaturas”.
En 1978, 10 años después de los hechos de Tlatelolco, Félix Hernández preside el Comité 68. El pasado 2 de octubre, desde la Plaza de las Tres Culturas, donde hace medio siglo llegó libre y salió detenido, dijo sentir “indignación y coraje” por la falta de justicia y horas más tarde, desde el podio de la Cámara de Diputados, recordó la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa en septiembre de 2014 y las cuentas pendientes de la justicia sobre los sucesos de 1968.
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-¿Está vigente el 68 en la juventud de hoy?
-Muy vigente. Esta es una juventud más informada (y a veces muy confundida, juventud al fin), convencida de que en justicia se vive mejor. La juventud de hoy está rompiendo con el paradigma de que el adulto o quien ostente el poder es quien tiene la razón. Hoy hay un nuevo sentido común que les dice que es necesario cuestionarlo todo, y eso es algo bueno.
-¿Y qué consejo le da?
-Que debe vencer el último eslabón: por cada injusticia, hay un movimiento que no se junta con el movimiento de la injusticia inmediatamente anterior. La juventud debe tomar conciencia de que la causa de esa injusticia de hoy es la misma de ayer y de mañana, aunque su manifestación sea distinta. Cuando juntemos esas ideas, estaremos entonces más cerca de la libertad.