Pedro Benítez (ALN).- Luego de año y medio de desmovilización se levanta una nueva ola opositora en Venezuela. Ciudad tras ciudad se repiten las concentraciones en apoyo al joven presidente de la Asamblea Nacional, Juan Guaidó, quien ha despertado, contra todo pronóstico, un entusiasmo que se percibía perdido.
Los acontecimientos de los últimos días en Venezuela recuerdan un detalle que, no sin cierta razón, se suele olvidar: la oposición venezolana, la oposición social, esa que protagoniza el ciudadano de a pie, es inderrotable.
Es lo que ha demostrado una y otra vez en estos casi 20 años de hegemonía chavista, pese a todas las críticas que se le puedan hacer (en particular a sus dirigentes). De cada descalabro, de cada fracaso, de cada desastroso error, se ha levantado con más fuerza. Parece destinada a ir de derrota en derrota hasta la victoria final.
2018 transcurrió en medio de la peor situación económica que Venezuela ha vivido en toda su historia, con una creciente presión internacional contra Nicolás Maduro, pero con una oposición desmovilizada luego de la sangrienta represión del año anterior, y llena de reproches entre sus líderes.
En las ciudades de Maracaibo, Valencia, San Cristóbal, Barquisimeto y en distintos puntos de Caracas los denominados “Cabildos Abiertos”, convocados por Guaidó y otros dirigentes opositores, han concitado una sorprendente e inesperada participación ciudadana en los últimos días
Dividida entre los partidarios de retomar la vía electoral y los que insisten en no hacerlo, entre moderados e intransigentes, con numerosos dirigentes presos, perseguidos, exiliados y otros asilados en la Embajada de Chile en Caracas, el movimiento opositor ha lucido impotente para capitalizar el descontento de la población con Maduro.
Este por su parte se presenta como el vencedor absoluto luego de (aparentemente) quebrar todos los resortes de resistencia de la sociedad civil por medio de la represión, el hambre y la emigración masiva.
Su único frente adverso era internacional (y no es poca cosa) por parte de los gobiernos del Grupo de Lima, los Estados Unidos y la Unión Europea. La apuesta de Maduro es que fuera de Venezuela se resignen a aceptarlo como el poder de facto dentro del país.
Entonces, inesperadamente aparece Juan Guaidó: un joven ingeniero de 34 años de edad, que ha logrado despertar desde su designación como presidente de la Asamblea Nacional (AN) un creciente y genuino entusiasmo popular.
En las ciudades de Maracaibo, Valencia, San Cristóbal, Barquisimeto y en distintos puntos de Caracas los denominados “Cabildos Abiertos”, convocados por Guaidó y otros dirigentes opositores, han concitado una sorprendente e inesperada participación ciudadana en los últimos días. Luego de casi dos años la oposición vuelve a la calle.
La masiva diáspora ha dejado latente el temor de que la capacidad de movilización social y presión política por parte de la población disidente hubiera disminuido significativamente. Es decir, que se estuviera repitiendo la historia de la oposición cubana en los años 60. Este es, por supuesto, un cuadro que al régimen le conviene.
No obstante, todo indica que la manifestación opositora convocada en Caracas para el próximo 23 de enero, fecha emblemática en la democracia del país, será una de las más concurridas de los últimos años.
La elección de Guaidó fue una muestra de que la unidad opositora en la AN se mantenía pese a los rumores en contra. Esa fue la primera señal positiva. La otra fue el respaldo contundente de la comunidad democrática internacional al Parlamento venezolano y el rechazo a la juramentación de Maduro para un nuevo mandato presidencial. Estos dos factores, unidos a la aparición de esta figura fresca, han contribuido a rescatar la esperanza entre los opositores.
Por su parte, el régimen ha dado su aporte. El breve arresto de Guaidó el domingo pasado por parte de agentes de la policía política (Sebin) contribuyó a darlo a conocer y dio pie a las expresiones de solidaridad tanto dentro como fuera de Venezuela. Su liberación en menos de 40 minutos y las explicaciones del ministro de Comunicaciones, Jorge Rodríguez, atribuyendo el hecho a una actuación “unilateral” de los funcionarios, sólo contribuyeron a exponer las divisiones latentes en las altas esferas del poder.
Todo esto ha dado una luz de esperanza a la oposición ciudadana y ha permitido recordar que aún existe. Que la hegemonía chavomadurista no ha conseguido la pretensión de tener una oposición domesticada, pasiva, irrelevante e impotente.
¿Se sostendrá el gobierno de Maduro ante la nueva confrontación que se le avecina?
Además, Guaidó y su partido Voluntad Popular (la organización de Leopoldo López) están demostrando una capacidad de articular los diversos (y muchas veces enfrentados) factores de la oposición, tanto en la Asamblea como los que presionan desde la opinión pública dentro y fuera del país.
Unos son partidarios de que Juan Guaidó se proclame presidente interino del país, mientras otros son partidarios de la prudencia. El novel presidente parlamentario debe lidiar con las dos corrientes con el objetivo de mantener a la oposición unida y con el tiempo corriendo en contra. Este es sólo uno de los obstáculos que tendrá que enfrentar en los próximos días.
Cerco externo y lucha interna
Mientras tanto, el mar de fondo de este cuadro político es la indetenible hiperinflación. Los venezolanos empiezan el año en medio de una escalada de precios impulsada por un nuevo aumento salarial decretado por Nicolás Maduro (el número 39 desde que tomó control del Palacio de Miraflores), el colapso de los servicios de agua potable, electricidad, transporte y salud pública, que recuerdan todos los días la demostrada incapacidad del heredero de Hugo Chávez para enfrentar cualquier tarea de gobierno.
Todo esto ha dado una luz de esperanza a la oposición ciudadana y ha permitido recordar que aún existe. Que la hegemonía chavomadurista no ha conseguido la pretensión de tener una oposición domesticada, pasiva, irrelevante e impotente
Todo esto ocurre en un momento en el cual el régimen de Maduro está, además, no sólo más aislado que nunca diplomáticamente, en realidad está cercado. El cambio de bando de Brasil (el gigante del vecindario) con la elección de Jair Bolsonaro ha sido para él demoledor en Suramérica y (hasta ahora) un golpe de buena suerte para la oposición. Después de todo son pocas las ocasiones que la política da para elegir los aliados.
Por su parte, China se mantiene a prudente distancia. Sus intereses son exclusivamente económicos, con ramificaciones en Ecuador, Perú, Chile, Argentina, Panamá y Brasil. No los va a arriesgar por apostarlo todo a Maduro.
A este sólo le queda como apoyo relevante Rusia, pero con la redoblada presión por parte de Washington, que por medio de sus distintos voceros ha anunciado que hará uso de todo el poder económico y diplomático de Estados Unidos hasta conseguir la restauración de la democracia en Venezuela.
Maduro va derecho a enfrentarse en los próximos días a una tenaza externa e interna.