Ysrrael Camero (ALN).- Pablo Iglesias está recogiendo los frutos de sus decisiones, y agridulce es la cosecha, porque si bien es Vicepresidente del primer gobierno de coalición de la democracia española, ha debido pagar su moderación reformista con la ruptura de sectores radicales, como Anticapitalistas, y soportar ahora escraches ultra, similares a aquellos que otrora impulsaba contra los que acusaba de “casta”. Es un precio bajo por madurar en política.
Tan lejanos (y tan cercanos a la vez) aquellos días en que Pablo Iglesias proclamaba la toma del cielo por asalto, explicando cómo el PSOE era el verdadero partido del “régimen del 78” que había que desplazar, promoviendo un referéndum para que los españoles decidieran sobre la continuidad de la monarquía o la construcción de la Tercera República española.
Creció Iglesias en los espacios de la universidad, propicios tanto para la reflexión teórica como para el ejercicio radical. En su seno nació la iniciativa de Podemos, para intentar capitalizar la energía de los indignados. Íñigo Errejón y Juan Carlos Monedero acompañaban a Iglesias en debates y tertulias, hoy han quedado atrás o a un lado, en el camino de Pablo hacia la solitaria cumbre.
Los escraches son comunes en ese espacio, aunque sean, de hecho, la negación del debate plural y de la deliberación racional tan necesarios para el ejercicio de una cultura democrática en un espacio público.
Todavía para las elecciones generales de noviembre Pablo Iglesias aupó la candidatura imposible de los Anticapitalistas en Madrid, para llevar a Manuela Carmena a una derrota, pretendiendo castigar a Errejón por su “traición”, aun a costa de retornar el gobierno de la capital a “las derechas”. El juego de Iglesias daba muestras de un pragmatismo renacentista que muchos criticaron.
¿Qué fue lo que dijo de Pablo Iglesias un alto empresario español en la casa de un venezolano en Madrid?
Pero la jugada de Pedro Sánchez resultó superior a las maniobras de Iglesias. Ante la incapacidad de Podemos de desplazar al PSOE dentro del electorado de izquierda, a Pablo Iglesias no le quedó otra opción que moverse hacia el centro del espectro, moderando su lenguaje y abrazando la Constitución de 1978 que antes pretendía demoler. El realismo político es más poderoso que los sueños utópicos, lo que resulta positivo para preservar la convivencia democrática, más fruto de nuestra prudencia compartida que de nuestra voluntad vanguardista.
Efectivamente, el acuerdo entre Unidas Podemos y el PSOE, que convirtió a Pablo Iglesias en vicepresidente, exigió un sacrificio pragmático, dejar atrás la intransigencia radical para avanzar sobre lo posible, lo que convierte a un vocero revolucionario en un reformista responsable.
No se lo perdonarán. Como sucede en muchos de estos casos, de proseguir esta deriva, los haters de Iglesias se clasificarán en dos grupos. Frente a aquellos que no le perdonarán su extremismo originario y los escraches que promovió, irán creciendo quienes no podrán perdonar que haya dejado de ser radical, al obligarse a ser responsable y maduro. Seguramente estos últimos organizarán nuevos escraches en aquellos nichos que dominen, para acallar la voz de los nuevos miembros de la casta.
La separación de los Anticapitalistas de Unidas Podemos, anunciada el 13 de febrero, tenía tiempo larvándose en el seno de la organización morada, dado su carácter confederal, ahora en proceso centralizador alrededor del liderazgo que bien se consolida desde el ejercicio de la administración del Estado. Era muy difícil que coexistiera el anticapitalismo, que tanto daño había hecho a Susana Díaz en Andalucía, con las imprescindibles negociaciones de un gobierno de coalición con el PSOE de Pedro Sánchez. Y era necesario y sano que esto ocurriera.
El escrache de un grupo de radicales contra el vicepresidente Pablo Iglesias, en la Universidad Complutense, el 4 de marzo, ha de motivar una reflexión nostálgica el líder podemita, ya que una década antes fue protagonista de uno realizado, en idéntico espacio, contra Rosa Díez.
El acuerdo entre Unidas Podemos y el PSOE, que convirtió a Pablo Iglesias en vicepresidente, exigió un sacrificio pragmático, dejar atrás la intransigencia radical para avanzar sobre lo posible, lo que convierte a un vocero revolucionario en un reformista responsable.
Ahora han aprendido los dirigentes de Unidas Podemos que el escrache es una herramienta tradicional de lucha política que se ubica en un territorio fronterizo entre la movilización democrática y el autoritarismo reaccionario. Niega la legitimidad del otro como sujeto político, la posibilidad de expresión de su discurso y de su presencia en el espacio público. Se acerca más al fascismo, en cuanto a negación de la pluralidad y de la otredad, que al habitus democrático que es tan necesario para recuperar la sindéresis.
Esta deriva reformista de Iglesias y de su equipo, puede ser una señal sana para la preservación de la institucionalidad democrática de España, al avanzar en el camino moderador del ejercicio responsable del poder.
Falta aún mucho por madurar, dejar atrás esos arcaizantes apoyos a regímenes autoritarios como los de Nicolás Maduro y Daniel Ortega, apostando por la defensa de valores por encima de las solidaridades tribales.
Poco a poco, Iglesias y su equipo, descubriendo las ventajas del reformismo, de la moderación, del diálogo político y la negociación, llegarán a entender, aunque no lo verbalicen, las circunstancias que hicieron posible que el PSOE se convirtiera en el gran partido de la democracia española. Quizás, en ese momento, a puerta cerrada y sin cámaras, Pablo Iglesias y Felipe González, compartirán mucho más que un café.