Pedro Benítez (ALN).- El fallecido expresidente argentino Carlos Menem representó toda una época en la historia de su país y América Latina. La hoy demonizada década neoliberal. Se hizo conocido por sus enormes patillas, el poncho rojo y la demológica fácil. Fue la quintaesencia del peronista. Hijo de inmigrantes sirios, venido de una provincia pobre, cambió su fe musulmana por la católica. Un cabecita negra venido de abajo que llegó a ser admirado por la élite económica mundial. Una mezcla de simpatía, frivolidad y corrupción. Su giro al libre mercado desconcertó a propios y extraños. El kirchnerismo ha hecho de él su bestia negra, pero Néstor y Cristina Kirchner, así como sus principales funcionarios, fueron aliados, candidatos y subalternos de Menem. Eso es el peronismo.
Por unas horas la plana mayor del peronismo se reconcilió con el expresidente Carlos Menem en las honras fúnebres efectuadas en la sede del Congreso nacional argentino el día de su fallecimiento a los 90 años de edad. El presidente Alberto Fernández y la vicepresidenta Cristina Kirchner hicieron un breve acto de presencia en el homenaje protocolar, intentando que no se recuerde demasiado la relación de subordinación política que tuvieron con quien encarnó la tan abominada, por ellos, “década neoliberal”.
Excéntrico, controvertido y contradictorio. Menem marcó una década de la vida nacional argentina (1989-1999) como no lo había hecho ningún otro líder desde la época de su admirado general Juan Domingo Perón, de cuya memoria jamás renegó. Eso pese a que se suponía estaba desmontando su legado.
Menem fue una absoluta sorpresa en América Latina cuando la opinión pública de la región puso sus reflectores sobre ese excéntrico político que en la campaña presidencial argentina de 1989 parecía la reencarnación de Facundo Quiroga. Las enormes patillas, el poncho rojo, el estilo populista, la demológica fácil. Era el peronismo salvaje.
Para terror de los empresarios y los organismos financieros internacionales Menem derrotó, contra todo pronóstico, al peronismo institucional y moderado del entonces gobernador de la provincia de Buenos Aires, Antonio Cafiero, ofreciendo “el salariazo” y una “revolución productiva”. De allí en adelante la victoria en la elección presidencial contra el candidato del radicalismo estaba pavimentada por la hiperinflación de ese año.
La siguiente sorpresa fue mayúscula cuando, una vez en la presidencia, dio un giro al libre mercado. Radical liberalización económica, privatizaciones masivas, relaciones estrechas con Estados Unidos y, finalmente, el Plan de Convertibilidad de 1991 que de la mano de su ministro estrella Domingo Cavallo (hoy también denostado) paró en seco la hiperinflación y derrotó la crónica inflación que había afectado al país por medio siglo. Durante los siguientes 10 años Argentina pasó a ser una de las economías con más baja inflación del mundo. Esa fue otra sorpresa.
Ese giro desconcertó, y entusiasmó, a los apóstoles del liberalismo argentino. Pero enfureció al peronismo tradicional y a la izquierda. Menem traicionaba, se ha dicho desde entonces, la obra de Perón, quien había nacionalizado importantes sectores de la economía, llenado de beneficios a los trabajadores, atacado a la “oligarquía” y en algún momento había sido el principal enemigo de Estados Unidos en el continente.
Pero si se observa con detenimiento la historia del peronismo se apreciará que Carlos Menem no procedió muy distinto a Juan Domingo Perón. Este, cuando su modelo económico comenzó a naufragar en 1952, también se acercó a Estados Unidos, redujo el gasto público, contuvo los salarios de los trabajadores y se abrió a la inversión extranjera. Por otra parte, Perón nunca fue enemigo de los empresarios. Siempre intentó tenerlos cerca de su proyecto político.
Cuando regresó al poder en 1974, luego de 18 años de exilio y proscripción, no dudó en romper con Montoneros, ese grupo de izquierda subversiva que desde España alentó en contra de los militares. Poco antes de morir volvió a ser el mismo general anticomunista de los años 40. El culto kirchnerista quiere hacer olvidar que la guerra sucia en contra de la subversión revolucionaria comenzó con ese último Perón. Bajo su protección nació, y empezó a operar, la Alianza Anticomunista Argentina (la triple A). La dictadura militar (1976-1983) lo que hizo fue continuar con esa política represiva.
Esos giros son típicos del peronismo, cuya principal cualidad (para bien y para mal) es carecer de ideología. “El que define excluye”, dijo Perón en alguna ocasión. Carlos Menem fue fiel a eso.
Simpatía, frivolidad y corrupción
Menem fue un político cuya marca de fábrica era el pragmatismo. Característica de todo buen político peronista. Una vez presidente guardó su poncho rojo y se ganó fama como el jefe de Estado mejor vestido del mundo. Hijo de inmigrantes sirios, cambió su fe musulmana por la católica. Un cabecita negra venido de abajo, de una de las provincias más pobres de Argentina, llegó a ser elogiado por la élite económica mundial. Su estilo era una mezcla de simpatía, frivolidad y corrupción.
Fue el único candidato que ganó unas primarias internas en el peronismo. Nunca más se repitió ese experimento democrático. Como jefe político alineó al movimiento con él. Entre otros, al Intendente de Río Gallegos, Néstor Carlos Kirchner.
En su gobierno la supuesta ala izquierda del peronismo se fue a la oposición acusándolo de traición. Pero la mayoría de los dirigentes lo siguieron apoyando fielmente y en 1995 los argentinos lo reeligieron ampliamente como presidente. Pese a todo lo que llovió desde su segunda administración, fue el candidato presidencial más votado en la primera vuelta de 2003, y luego fue elegido dos veces como senador por su provincia de La Rioja.
Dos décadas después se le reprocha por la amnistía a los militares que llevaron a cabo la represión de la década de los 70 y a los actores de la subversión terrorista. Menem, que fue detenido por esos mismos militares durante seis años, siempre afirmó que aquello era el precio de la paz. Curiosamente el mismo argumento que ha dado el expresidente colombiano Juan Manuel Santos para promover el proceso de paz en su país con las FARC que tantos aplausos en el exterior le ha granjeado. Menem no ha contado con esa misma indulgencia.
Símbolo de aquella etapa fue el general Martín Balza, veterano de la guerra de Malvinas y jefe del Estado Mayor General del Ejército durante el gobierno menemista. En abril de 1995 el general Balza, en un programa de la televisión argentina, hizo la primera declaración autocrítica por el papel de la institución militar en la violación de derechos humanos durante la última dictadura.
Con Menem y Balza se cerró el nefasto ciclo de las intervenciones militares en la política argentina. Este fue, tal vez, su legado más positivo.
¿Su gran error? El mismo de casi todos: la reelección presidencial. Por esa ambición la indisciplina fiscal y el endeudamiento fueron socavando la cada vez más difícil viabilidad de la convertibilidad cambiaria que terminó explotando en diciembre de 2001.
Para los argentinos sus años de gobierno fueron de bonanza, estabilidad, endeudamiento y desempleo.
Desde el 2003 el kirchnerismo lo hizo su bestia negra. El enemigo preferido. El traidor de Perón y Evita. El protagonista de la era neoliberal. Intentaron borrar de la memoria colectiva que en los 90 Néstor y Cristina fueron siete veces sus candidatos a diversos cargos. El también fallecido expresidente Néstor Kirchner ganó en 1991 su primera elección como gobernador de Santa Cruz sobre los hombros de Menem y Cavallo. Es más, aplaudió la privatización de YPF. Varios de los funcionarios del kirchnerismo lo fueron del menemismo, empezando por el actual presidente Alberto Fernández, el canciller Felipe Solá y un largo etc. Pero la política es así, ingrata.
Menem terminó su vida y su carrera política sentado en el Senado argentino para protegerse de causas pendientes con la justicia. Lo mismo que hoy hace la señora Kirchner. Al final el kirchnerismo usó a Menem y Menem usó al kirchnerismo. Una misma historia aunque con estilos diferentes.