Pedro Benítez (ALN).- Brasil rompe dos récords al mismo tiempo. En número de contagiados y fallecidos por covid-19 y en número de vacunados. Al borde mismo de la catástrofe sanitaria y de una nueva crisis política, el gigantesco país suramericano parece haber reaccionado en el último momento. Con la mayor cantidad de nuevos casos y muertes en un solo día, sin embargo, en las últimas horas las cifras indican una repentina estabilización. ¿La clave? Su asombroso ritmo de vacunación.
El pasado domingo el Ministerio de Salud de Brasil informó que ese país llegó a la cifra de 373.000 fallecidos por covid-19 (la segunda más alta del mundo luego de Estados Unidos) y 13.943.071 en el total de casos detectados. 42.980 contagios y 1.657 decesos en 24 horas.
Esas terribles cifras, más una serie de nuevas y agresivas cepas de coronavirus, han puesto al sistema de salud público y privado al borde del colapso y al país como el epicentro mundial de la pandemia. Una nota de la BBC en español ha calificado la situación como “un Fukushima biológico”.
No obstante, estos terribles datos están siendo acompañados por otro más alentador que asoma una luz al final del túnel: este lunes se logró llegar a 26,6 millones de brasileños que han recibido al menos una dosis de alguna vacuna contra el covid-19, el 11,46% de la población total del país. Por encima de China, Rusia, la India y México, y no muy lejos de algunos países europeos, según las cifras que divulga la página Our World in Data de la Universidad de Oxford.
Estos contrates son de las dimensiones de Brasil, uno de los países que, paradójicamente, mejor estaban preparados para enfrentar una pandemia.
Pero el presidente Jair Bolsonaro se dejó arrastrar por el discurso irresponsable del negacionismo que, alimentado en la ignorancia, tanta popularidad despertó en algún momento del año pasado. El mandatario brasileño convirtió el tema de la pandemia en una disputa política con el gobernador de Sao Paulo, Joao Doria, uno de los posibles candidatos opositores para las presidenciales del 2022.
Mientras Doria y otros gobernadores intentaban imponer medidas de confinamiento y promovían las conocidas medidas de prevención de contagios, Bolsonaro hacía todo lo contrario, incluso desautorizando a sus propios ministros de Salud (destituyó a tres). Se exhibía en público sin tapabocas, mientras comparaba en sus arengas al virus con una “gripecita” y atacaba las vacunas de fabricación china. A finales del año pasado llegó a decir que, con respecto al virus, Brasil “tiene que dejar de ser un país de maricas” para justificar su actitud.
Todo eso le dio abundante cobertura en los medios. El mismo tipo de declaraciones y estilo que lo llevaron a ganar la presidencia en 2018.
La política de la ignorancia
Así iban las cosas hasta que hace poco más de un mes la situación sanitaria se salió totalmente de control amenazando con transformarse en una crisis política. Sus aliados en el Congreso le hicieron saber públicamente que la paciencia se les estaba agotando.
“Todo tiene un límite”, llegó a decir el presidente de la Cámara de Diputados, Arthur Lira, dejando deslizar la posibilidad de aplicarle a Bolsonaro el mismo procedimiento que en su día se usó contra su predecesora Dilma Rousseff.
Como por arte de magia, Bolsonaro ha dejado de ser el obstáculo. De imitar a Donald Trump, ahora se quiere parecer a Sebastián Piñera. Aparece en público con tapabocas, y él mismo anuncia haber entrado en negociaciones con el gobierno ruso para adquirir un buen lote de sus tan publicitadas vacunas. Cambió nuevamente a su ministro de Salud (el cuarto en dos años) designando para el cargo al cardiólogo Marcelo Queiroga. Con este la situación está dando un vuelco.
Hoy Brasil está vacunando alrededor de un millón de personas al día. Y podría estar produciendo vacunas en las próximas semanas.
Sin embargo, este giro ha sido posible porque Brasil antes de la pandemia contaba con uno de los sistemas públicos de vacunación más completos del mundo.
Creado en 1973, su Programa Nacional de Inmunizaciones ha erradicado la polio y la rubéola. En 1980 vacunó a 17,5 millones de niños contra la polio en un solo día y en 2010 suministró en menos de cuatro meses 90 millones de dosis de la vacuna contra la gripe porcina. Brasil tiene más de 20 vacunas gratuitas para toda su población.
De modo que si no ha sido más efectivo en el combate contra el coronavirus es porque la política de la ignorancia que ha protagonizado Bolsonaro se atravesó primero.
Pero afortunadamente Brasil es una (imperfecta) democracia donde su atrabiliario presidente no puede hacer con la salud del país lo que le da la gana sin pagar las consecuencias. No obstante, miles de vidas se han perdido por su irresponsabilidad personal. Ya veremos si los electores brasileños (o el Congreso) se lo cobran en su debido momento.