Rafael Alba (ALN).- Se llama La Zubia. Allí se celebra Poesía en el Laurel, la iniciativa del poeta Pedro Enríquez, que cumple 16 años sin verse afectada por los relevos en el poder local. Juan Valderrama y Norah Wanton pusieron la música en la gala final de este año, en la que Federico Mayor Zaragoza entregó el Laurel de Plata a Carmen Margallón, catedrática de Física y activista por la paz.
“Hablan mucho de censuras políticas, de derechas e izquierdas y de prohibiciones de conciertos… Y ustedes, ¿por qué no escriben sobre lo que pasa aquí, en La Zubia?”. Así de contundente, y un tanto indignada, se expresaba hace unos días una simpática vecina de este pueblo situado a menos de 15 minutos de la capital de la provincia de Granada. Y lo mismo llevaba razón. La parroquiana opinaba de lo humano y lo divino -“sin pelos en la lengua”-, mientras compartía una limonada con hierbabuena con un grupo de periodistas, en los jardines del convento de San Luis Rey. Una instalación regentada por las monjas de la Orden de las Mercedarias de la Caridad en esta acogedora localidad andaluza. Es un lugar lleno de magia, que fue fundado en el año 1.500 por la reina Isabel La Católica, quien, según los relatos populares jamás desmentidos por ningún historiador acreditado, contemplaba desde allí Granada, cobijada por la sombra apacible de los laureles, en los días previos a la toma de esta ciudad, con la que culminó la Reconquista.
Una leyenda que resulta mucho más creíble si cuando uno tiene noticia de ella está en el mismo lugar donde, aparentemente, se produjo, mientras contempla el mismo paisaje que la monarca de Castilla miró un día. Un inmenso remanso de paz y silencio majestuoso que invita a la reflexión y el recogimiento. Y que, por eso mismo, quizá propicie los milagros. O algo parecido. Desde luego, en el contexto actual resulta poco menos que prodigioso que exista un lugar como este en España. Un pueblo en el que, según supimos gracias a la información que nos suministró nuestra vehemente contertulia, ni los continuos cambios en el poder político local, ni las luchas fratricidas dentro de los partidos, ni la alternancia de mayorías, a veces poco habituales, en los equipos de gobierno del consistorio, han afectado nunca a la política cultural ejercida por la corporación, ni a las personas que se han encargado de llevarla a cabo. ¿Será que de verdad existen políticos en este país, capaces de respetar el trabajo de los músicos, los poetas y los artistas? ¿Habrá esperanza?
Lo mismo es eso lo que pasa en La Zubia, un lugar del que deberíamos hablar más en los medios de comunicación, tal y como nos pedía justamente nuestra vehemente interlocutora, cansada quizá, de escuchar las historias más populares de este belicoso verano cultural, marcado por las censuras y los cambios de criterio tras las contrataciones cerradas que los nuevos responsables de los ayuntamientos han prodigado en todo el territorio nacional tras ocupar sus cargos después de las elecciones municipales del pasado 26 de mayo. De eso hablábamos nosotros, como les he contado antes, cuando nos interrumpió ella. De C. Tangana, que acaba de anunciar que dará un concierto gratuito en Bilbao para rentabilizar la publicidad gratuita que ha obtenido gracias a la decisión de los responsables de este ayuntamiento, gobernado por el PNV, de eliminar su nombre de la cartelera de las fiestas de la ciudad, a instancias de la izquierda radical. Y de Pedro Pastor y Luis Pastor, Def con Dos y demás conciertos prohibidos estos días por políticos radicales de ambos bandos, que entienden la política cultural como una simple combinación de adoctrinamiento y pan y circo.
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Poesía en el Laurel llega a su fin mañana con la entrega del VIII Premio Internacional Poesía en el Laurel a Carmen Magallón.
Aquí dejamos una pequeña muestra de la última sesión en el Convento de San Luis el Real. pic.twitter.com/TVF6t4Gics— Ayto. La Zubia (@Ayto_LaZubia) August 19, 2019
El PP, Ciudadanos y Ganemos gobiernan La Zubia
Una epidemia de ideología mal entendida, y peor gestionada, que, por fortuna, no ha afectado a los responsables políticos de una localidad en la que ahora gobierna una coalición inverosímil formada por el PP, Ciudadanos y Ganemos, un grupo de independientes de izquierdas. Y la demostración empírica de esta maravillosa excepción a la regla, fue la gala de cierre del festival de versos y música Poesía en el Laurel, a la que tuvimos la fortuna de asistir. Una iniciativa que ha llegado a su decimosexta edición en 2019, bajo la atenta supervisión de Pedro Enríquez. El poeta que la puso en marcha y que ha conseguido mantener intacta su esencia todo este tiempo, a pesar de los intensos e inesperados cambios en las mayorías de gobierno que se han producido en el ayuntamiento de la localidad a lo largo de estos intensos años. Enríquez ha convivido con alcaldes socialistas, conservadores y cercanos a Podemos, sin sufrir más presiones que las derivadas de los recortes presupuestarios que la última crisis económica generó en todas las iniciativas que se costeaban con dinero público.
Y sin que la mezcla de música y poesía que ofrece todos los meses de agosto en ese marco incomparable del que les hemos hablado antes haya perdido ni calidad, ni intensidad, a pesar de las estrecheces económicas de los años duros. Ahora su cómplice es la escultora Rosa Gamero, actual responsable de Cultura del Ayuntamiento, que entró en política para trabajar a favor del arte y los artistas y parece dispuesta a cumplir sus objetivos. Este año, el premio Laurel de Plata, que los responsables del certamen conceden a una personalidad relevante como reconocimiento a su trayectoria personal y artística, fue entregado por Federico Mayor Zaragoza, expresidente de la Unesco, a Carmen Margallón, una catedrática de Física y Química, activista de la paz y los derechos de la mujer, que se une a un listado lleno de nombres notables como el expresidente de Uruguay, José Mujica, por ejemplo. Margallón, orgullosa aragonesa de Alcañiz, un pequeño pueblo de la provincia de Teruel, citó en su discurso de aceptación del premio un buen puñado de versos combativos, escritos por poetas antibelicistas como José Antonio y Miguel Labordeta, célebres militantes de la izquierda cultural. Y lo hizo con la aquiescencia de Inmaculada Hernández, la alcaldesa del PP, visiblemente emocionada en algunos momentos.
Antes, la alcaldesa de esta formación conservadora ya había compartido escenario y reflexiones con Esmeralda Marugán, la presentadora del acto, una periodista de marcado perfil feminista. Y tampoco habían saltado chispas sobre el escenario. A cambio hubo, eso sí, mucho arte, en una velada de gran intensidad artística, en la que la música estuvo a cargo de Norah Wanton y Juan Valderrama, Wanton es una pianista virtuosa de sólo 10 años de edad, que estremeció a la audiencia con un concierto memorable, en el que destacó su versión de La Danza Andaluza de Enrique Granados, un compositor nacido en Lleida, como nos recordó la propia pianista, en otra demostración de que la cultura con mayúsculas siempre está por encima de las cuitas políticas y territoriales. Luego llegaría Juan Valderrama, un cantante consagrado que hace mucho tiempo dejó de ser únicamente el hijo de esos dos grandes monstruos de la copla y el flamenco que fueron Juanito Valderrama y Dolores Abril. Valderrama interpretó temas con letras de Ángela Figuera Aymerich, Francisco de Quevedo o Pablo Neruda y también, por supuesto, deleitó a la concurrencia con El emigrante, la canción que convirtió a su padre en una estrella en los años más duros de la posguerra.
Paco Ibáñez, Amparanoia, Luis Eduardo Aute…
Y lo cierto es que el tema estaba perfectamente integrado en un repertorio en el que también hubo espacio para Mediterráneo, el tema más emblemático de Joan Manuel Serrat, un cantautor a quien muchos eruditos quisieran ver más pronto que tarde sentado en un sillón de la Real Academia de la Lengua Española. Y eso mismo pidió, a instancias de Valderrama, el público entusiasta que disfrutó de todo el recital. Porque, en realidad, casi lo más impresionante de todo lo que vimos era precisamente el público. Una audiencia de casi mil personas que había seguido con silencio, respeto cuando tocaba y aplausos cuando era menester, un espectáculo que muchos hubieran considerado difícil y de escaso impacto, y pocos hubieran programado en una noche de agosto, en unas fiestas populares. Tal vez porque Valderrama y Wanton compartieron escenario con cuatro poetas procedentes de distintos puntos del mundo que recitaron su obra, sin más aditivos escénicos que un simple micrófono, su voz y sus palabras.
Era poco quizá, pero fue suficiente para que la española María Sanz, el argentino Norberto Barleand, el panameño Porfirio Salazar y el tunecino Moez Akaichi, que contó con la ayuda en las traducciones y sobre las tablas de la cantante Ángela Muro, consiguieran establecer rápidamente un contacto cómplice con la audiencia, cuya respuesta se convirtió en una verdadera sorpresa para los propios protagonistas, poco acostumbrados a que sus palabras reciban una celebración masiva en riguroso directo. Pero eso no es extraño en este oasis, que ha consolidado su fórmula, como decíamos antes, a lo largo de 16 ediciones, y que ha contado en años anteriores con la participación de artistas tan diversos como Luis Pastor, Georges Moustaki, Paco Ibáñez, Amparanoia o Luis Eduardo Aute, y cuya simple existencia parece demostrar que la combinación de música, palabras y ritmos, elementos esenciales de la canción y la poesía, es capaz de inflamar el corazón de cualquier tipo de público. Ya sea en la sala de un auditorio, en un teatro o como parte de la oferta de ocio y diversión de unas fiestas populares.
Claro que el propio Pedro Enríquez se llevó una sorpresa hace 16 años, cuando se convocó la primera edición de Poesía en el Laurel y la afluencia de público superó con mucho las previsiones más optimistas de sus organizadores. Una tendencia creciente que se ha mantenido en el tiempo. Y un golpe de suerte que aún sobrecoge, en especial, a los poetas que participan en el festival. Gente tenaz e irreductible, pero acostumbrada, según nos explicaba alguno de los protagonistas de este último festival, “a protagonizar eventos que ya eran un éxito si aparecían por allí 20 personas”. De modo que lo mismo los laureles de la Reina católica son verdaderamente mágicos y, por lo mismo, la fórmula que ha conseguido convertirse en un éxito en La Zubia y ha sido capaz de superar los duros avatares de la política partidaria, no funcionaría en otros sitios. Aunque no estaría de más que algunos responsables de cultura de ciertos ayuntamientos se atrevieran a hacer la prueba. Sobre todo en esas grandes corporaciones de amplios presupuestos donde, por lo visto, sólo se financia con dinero público la propaganda política partidista y el chunda chunda intrascendente. Crucemos los dedos.