Pedro Benítez (ALN).- ¿Qué tan peligroso es realmente para los intereses y la seguridad nacional de Estados Unidos, y para la estabilidad del hemisferio, la alianza venezolano-iraní? Estados Unidos e Irán tienen la costumbre de amenazarse mutuamente como enemigos mortales, pero cada gobierno sabe hasta dónde estirar la liga. Un juego de propaganda, amenazas y mentiras donde Venezuela queda en el medio y a Nicolás Maduro le cae como anillo al dedo.
Cada mes, o mes y medio, algún alto funcionario del gobierno de los Estados Unidos lanza una declaración alarmante con respecto a las relaciones entre la República Bolivariana de Venezuela y la República Islámica de Irán. En esta ocasión le ha tocado el turno al veterano asesor de todos los presidentes republicanos durante las tres últimas décadas, Elliott Abrams.
La semana pasada advirtió que su país “hará todo lo posible” para detener la transferencia de misiles de Irán a Venezuela.
En el mes de septiembre, en una gira por Colombia, Surinam, Guyana y Brasil el secretario de Estado, Mike Pompeo, anunció una nueva ronda de sanciones a Venezuela e Irán por considerar que violan el embargo de armas que existe sobre Teherán.
A veces parece que en Washington se están enterando de la estrecha relación que hay entre los dos regímenes desde hace 15 años. Relación que ha incluido cooperación económica, política, de propaganda, de inteligencia y por supuesto militar. No desde hace uno o dos años. Desde hace (al menos) 15 años.
Una relación que desde Caracas y Teherán se ha hecho todo lo posible para que se sepa que existe. Sobre la cual hay libros, investigaciones periodísticas e incluso trabajos académicos. Por sólo citar al primero que advirtió del posible alcance de la alianza venezolano-iraní recordemos al investigador y periodista argentino radicado en Venezuela Alberto Garrido.
En varios de sus textos advirtió que el proyecto del expresidente Hugo Chávez “siempre se concibió para traspasar las fronteras” nacionales. Que su objetivo era articular una audaz alianza internacional contra Estados Unidos. En ese propósito Irán, el enemigo de los estadounidenses desde la revolución islámica de 1979, era un candidato obligado.
Pese a la distancia geográfica y a las enormes diferencias culturales Chávez tejió una alianza inédita con un país que, salvo ser parte de la OPEP, no había tenido afinidad de ningún tipo con Venezuela antes, más allá de las formalidades diplomáticas.
No obstante, Chávez estableció una estrecha relación personal con el presidente iraní Mahmud Ahmadinejad (2005-2013). Apoyó públicamente su programa nuclear, razón por la cual ese país estuvo al borde de la guerra con Estados Unidos e Israel. Promovió personalmente las relaciones de Irán con América Latina, lo que le permitió a ese gobierno firmar acuerdos económicos con Bolivia, Cuba, Ecuador, Nicaragua y hasta con Brasil. Todos aliados del régimen chavista.
A Ahmadinejad se le señaló como uno de los cabecillas del secuestro del personal de la embajada de Estados Unidos en Teherán en noviembre de 1979, y desde entonces no ocultó su pasión antiestadounidense.
En los años que coincidieron como jefes de Estado, Chávez viajó nueve veces a Irán y Ahmadinejad cinco veces a Venezuela. En 2009 los dos tuvieron un encuentro muy publicitado en Londres.
Fueron las gestiones del expresidente venezolano las que facilitaron la firma del polémico Memorándum de Entendimiento argentino-iraní por parte de la mandataria Cristina Kirchner en enero de 2013. En mayo de ese mismo año el fiscal argentino Alberto Nisman acusó formalmente al gobierno de Irán de organizar, fomentar y patrocinar grupos terroristas en Suramérica.
Ahmadinejad llegó a decir: “Siento que he encontrado un hermano y un compañero de trinchera luego de haberme encontrado con Chávez”. Cuando este falleció, el presidente iraní causó un escándalo en su país al besar el féretro de su amigo y abrazar a su madre. Y remató afirmando que Chávez regresaría con algunos de los profetas del Islam.
Un juego perverso
Desde aquella época el principal aliado de Irán en esta parte del mundo es Venezuela. Y viceversa.
Además, es suficientemente conocido que un ala del chavismo ha tenido una estrechísima relación con el extremismo islámico. Relación que por supuesto sobrevivió a Chávez. De modo que no es ninguna novedad el eje entre los gobiernos de las dos naciones.
Entonces, luego de este recuento cabe hacerse una pregunta: ¿Qué tan peligroso es realmente para los intereses y la seguridad de Estados Unidos, y para la estabilidad del hemisferio, la alianza venezolano-iraní?
De ser cierto todo lo que afirman desde Washington hay que concluir que las tres últimas administraciones estadounidenses (George W. Bush, Barack Obama y Donald Trump) han actuado con una irresponsabilidad extrema con la seguridad nacional de su propio país.
De no ser ese el caso pues estamos ante el típico bluf mutuo en busca de réditos políticos. O la presencia iraní no es tan importante para constituir una amenaza grave para Estados Unidos y sus aliados en esa parte del mundo (Colombia es socio global de la OTAN), o una absoluta desidia domina al Pentágono, al Consejo de Seguridad Nacional y al Departamento de Estado.
Pero admitamos lo obvio: En el gobierno de Estados Unidos saben que, pese a todas las idas y venidas entre los dos países, la presencia militar iraní en Venezuela no es una amenaza grave para su seguridad. De lo contrario ya se habría actuado.
En esa línea de razonamiento los iraníes tampoco parecen inclinados a arriesgarse a un conflicto con la potencia americana por Venezuela. También es obvio que han usado su relación con Caracas para obtener ventajas logísticas y comerciales. Pero hasta ahora no se ha demostrado que Venezuela sea un centro importante de operaciones del terrorismo islámico patrocinado por Irán.
Estados Unidos e Irán se amenazan mutuamente, son enemigos mortales, pero cada gobierno sabe hasta dónde estirar la liga.
Todo esto es parte de un juego perverso donde Venezuela queda en el medio. A Nicolás Maduro, por su parte, le cae como anillo al dedo para alimentar su discurso de la revolución asediada. Rápidamente le tomó la palabra a Abrams y dijo que le parecía “una muy buena idea comprarle misiles a Irán”.
Fanfarronada. La Fuerza Armada Nacional venezolana (FAN) está tan venida a menos como el resto del país. Con los mismos problemas de gasolina que padece el resto de los venezolanos, y con dificultades para pagarle los salarios a los oficiales y alimentar la tropa.
No es una fuerza que amenace a nadie, ni que pueda ganar una guerra. Eso en Washington, en Teherán y en Moscú lo saben perfectamente. Sólo es una precaria fuerza de ocupación de su propio país.
Con problemas para pagar la gasolina que importa de Irán, Maduro no tiene recursos para comprar misiles iraníes, y es probable que Irán tampoco esté en posición de regalarlos.
Pero todo este perverso juego es políticamente útil. Pompeo y Abrams consiguen unos segundos en Fox News en la campaña de reelección de su jefe. Maduro se presenta ante la patética izquierda global como una víctima del malvado imperialismo y no como lo que realmente es. Cada quien gana su parte. Este sabe hasta dónde llegar en su estratagema de crear conflictos donde no existen para intentar disimular la catástrofe que su paso por el poder le ha causado a todo un pueblo.