Mariveni Rodríguez (ALN).- En Cántaro Blanco marcarte el bigote con leche de vaca o de cabra es “ser la leche”. O recuperar la costumbre de reutilizar botellas de cristal cuando vas a comprar leche, en lugar del tetrabrik. O comprar productos artesanos al pequeño comercio. La idea nació con el emprendimiento de dos jóvenes españoles y actualmente esta tienda, ubicada en el madrileño barrio de Malasaña, es comercializada por un matrimonio venezolano, Nelson Tolls y Zonia Coronel, quienes han ampliado el concepto de lechería a un negocio familiar que fabrica pasta artesanal.
“Hemos desarrollado la gama láctea ofreciendo kéfir, yogures, mantequilla y ofreciendo talleres de elaboración de quesos curados y frescos (mozzarella, ricota, burrata). Además, añadimos algo que nos gusta mucho hacer: fabricar nuestra propia masa para cocinar pasta artesanal”, comentan Nelson Tolls y Zonia Coronel casi al unísono.
Este matrimonio venezolano exuda unión, calor familiar y compromiso ético. Viven en Madrid desde hace dos años. Llegaron sin proyecto alguno; con pocos ahorros y con el compromiso de confiar en el trabajo de hormiguita y una filosofía: la química y la vida son una fórmula secreta.
“Compramos el fondo de comercio con la ayuda de la hermana de Zonia que vive en Canarias, pedimos prestado a amigos y con nuestros conocimientos estamos llevando esta tienda entre todos. No nos ‘forraremos’, porque la leche deja muy bajo margen de ganancia, pero nos da para vivir trabajando duramente”, explica Nelson Tolls.
Una fórmula para todo: de la química al recetario
Esta pareja se conoció en su lugar de trabajo y esa ha sido otra fórmula mágica. En 2019, Tolls y Coronel se radicaron en España con sus dos hijas: María Virginia estudió Idiomas en la Universidad Central de Venezuela y María Fernanda se licenció -igual que su padre- de ingeniera en Materiales, en la Universidad Simón Bolívar de Venezuela. “De tanto trabajar juntos, terminamos siendo los mejores amigos y luego novios. Para mí él es el hombre ideal: inteligente, amoroso, solidario, con buen carácter y una persona que me ha ayudado a prepararme”, confiesa Zonia.
“El producto estrella de Cántaro Blanco es la leche de vaca que traemos de granjas como La Marquesa de las Navas, en Ávila. También tenemos leche de cabra de La Pastora de Guadarrama. Ellos nos traen el producto cada día y nosotros despachamos a granel. Nuestros clientes vienen con su botella de cristal de un litro y se la rellenamos. Es un sabor único, auténtico, que recuerda tu infancia”, sostiene Nelson Tools.
Así, cada día, en la calle Manuela Malasaña 29, en Madrid, Nelson y Zonia rellenan las botellas de leche que traen sus vecinos y, además, aprovechan para poner en práctica los conocimientos que adquirieron en Venezuela para darle vida a su propio proyecto: pasta corta y larga, fresca y lista para llevar y degustar. “Me gusta la química, y la panadería y pastelería son fórmulas puras”, dice Nelson.
Un corte de luz cerró el obrador y apagó el ánimo
Emigrar y salir de Venezuela no era una opción para este matrimonio. Tras trabajar en Pequiven y en empresas de plástico, querían independizarse y tener un futuro propio. Y para ello se formaron con maestros pasteleros, en Maracay, y con panaderías, en Caracas.
“Teníamos la esperanza de que en Venezuela cambiarían las cosas. Hicimos un curso con Cocineros Venezuela y aprendimos todo lo relacionado con pastas artesanales. También hicimos un taller de quesos con Queseros Venezolanos. Y montamos un obrador. Todos nuestros ahorros los perdimos en esa pequeña fábrica”, comenta Nelson, visiblemente afectado por una situación política y económica que no dio los frutos que esperaba.
“La escasez de harina y todos los productos para hacer pasta, mantequilla o leche, era muy grande en Venezuela y no pudimos seguir ofreciendo el producto. Llegamos a traer la materia prima desde Colombia. Pero después se volvió inviable. La crisis hizo insostenible nuestro proyecto de independización. Todo era muy intenso. Había que pagar sobornos para conseguir cualquier cosa y no quisimos hacer eso. No veíamos un cambio para Venezuela y decidimos salir”, dice Nelson con una mirada inconforme.
“No sé si yo vea el cambio en mi país. Pero ese gran apagón nacional que sufrimos en Venezuela por siete días, que nos hizo perder kilos y kilos de harina por no poder refrigerarla, fue un golpe duro en nuestro ánimo que nos hizo pensar en que un día no tendríamos ni las energías ni el tiempo para buscar un cambio. Allí dijimos: Vámonos”, dice Nelson retrocediendo al año 2019, cuando los apagones eléctricos de Venezuela dejaron sin suministro de luz a 16 estados.
Un día como hoy Nelson y Zonia abren la persiana de Cántaro Blanco. Los vecinos del barrio traen su botella de un litro para ser rellenada; una tradición que se ha perdido en las grandes ciudades y pueblos, pero que en este pequeño local tratan de mantener. Sus clientes van a por leche fresca y se llevan el pan artesanal, los huevos camperos, la pasta casera y alguna tarta. Y así, cada mañana, ese sabor de la infancia, de vaca o cabra recién ordeñada, trae consigo a los madrileños una pequeña evocación de los cantos de tonada venezolanos que el campesino entona cuando ordeña las ubres.