Pedro Benítez (ALN).- El retorno a Bolivia del expresidente Evo Morales ha despertado más atención fuera que dentro de su país, donde las expectativas de los medios de comunicación se han centrado en la designación del gabinete del nuevo presidente Luis Arce. Todavía está por verse si esta es una señal que indica el cierre del ciclo político que se inició en 2006 con la llegada al poder de Morales. Paradójicamente podríamos estar ante el comienzo de la transición en el país del Altiplano, pero no protagonizada por los opositores a Morales sino por su propio partido.
En opinión del politólogo boliviano Marcelo Arequipa el ascenso a la presidencia de Luis Arce es el verdadero inicio de la transición política en Bolivia. Según su criterio, este viene a ser el cierre del ciclo iniciado con la llegada al poder en 2006 de Evo Morales y el comienzo de otro que, por esas paradojas de la política, le ha tocado manejar contra todo pronóstico a su partido, el Movimiento al Socialismo (MAS).
Los hechos desarrollados esta semana en ese país parecen validar esa tesis. El domingo pasado Arce juró como nuevo presidente y el martes siguiente el exmandatario ingresó al país cruzando la frontera desde Argentina en medio de un multitudinario recibimiento.
Los medios internacionales afines a Morales destacaron este acontecimiento. Pero dentro de Bolivia esta noticia fue rápidamente opacada por la juramentación, esa misma tarde, del gabinete de Arce, sobre cuyo desempeño se centran todas las expectativas en medio del rápido deterioro que la economía del país ha padecido durante los últimos meses.
El nuevo presidente ha tenido palabras amables con su mentor político, pero hasta ahora se ha mantenido a distancia de él. No lo mencionó en la noche de su triunfo electoral del pasado 19 de octubre y tampoco en su toma de posesión. Por el contrario, ha ofrecido dejar atrás las confrontaciones del último año y centrarse en la economía. Su gabinete de ministros, que incluye a dos empresarios, tiene un perfil más técnico y menos político de los que tenía Morales.
El reto central de Luis Arce es sacar a Bolivia de la recesión en que ha caído la economía por el impacto de la pandemia del covid-19. Ha hecho una promesa clave que le puede despejar el camino: permanecer sólo los cinco años para los que ha sido elegido y no aspirar a la reelección.
Aunque su objetivo es económico, su obstáculo principal es de carácter político. Bolivia es un país profundamente polarizado entre dos bloques. A favor y en contra de Evo Morales. Una polarización que agudizó las disputas entre el oriente y el occidente del país, históricamente enfrentados por cuestiones geográficas, económicas y étnicas.
En este momento lo que une a los bolivianos es el interés común por recuperar la actividad económica. Esta fue la carta ganadora de Luis Arce en las recientes elecciones. Como ministro del área entre 2006 y 2017 se ganó el reconocimiento nacional e internacional por su exitosa gestión. El PIB de Bolivia creció todos esos años, con baja inflación y una mejora continua de los salarios de los trabajadores. Arce hizo un prudente manejo de las finanzas públicas sin dejarse arrastrar por la tentación populista.
Pero esos logros sólo fueron posibles por la base política que Evo Morales y el MAS le dieron. Veremos si ahora como presidente los puede repetir.
Hechos inquietantes
Por lo pronto el MAS, con el nuevo mandatario a la cabeza, está sobreviviendo a su fundador, algo que no había conseguido ningún otro partido político boliviano. No lo logró el Movimiento Nacional Revolucionario (MNR) del histórico presidente Víctor Paz Estenssoro, protagonista de la revolución de 1952; tampoco Acción Democrática Nacionalista del general y dictador Hugo Banzer; ni el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) del expresidente Jaime Paz Zamora.
Cada uno desapareció cuando sus respectivos líderes dejaron de aspirar electoralmente por distintos motivos. En cambio el MAS se las ha arreglado para regresar al poder en menos de un año y con más votos. Lo que todavía no se sabe es si con Luis Arce en la presidencia Evo Morales será el auténtico poder político del país, como está ocurriendo en Argentina con el presidente Alberto Fernández y su vicepresidenta Cristina Kirchner. Por los gestos y palabras de Arce pareciera que no.
No obstante, hay hechos inquietantes: la sed de revancha manifestada por algunos sectores del MAS al asumir los cargos de gobierno, las amenazas de juicio a la expresidenta interina Jeanine Áñez y la decisión de la bancada del MAS en la Asamblea Legislativa de aprobar ciertas resoluciones por mayoría absoluta y no por los dos tercios que a fin de cuentas el electorado no le dio. Esto podría ser el inicio de un nuevo ciclo de confrontaciones, similar al que caracterizó buena parte de la etapa de Evo Morales en la presidencia.
Morales es una figura que divide profundamente a los bolivianos. Mucho de lo que ocurra en los próximos años en Bolivia depende del protagonismo que quiera ejercer, particularmente en estos primeros meses al sentirse reivindicado a un año de su caída. Pero también depende de cuánto quiera o pueda Arce dejarse marcar la cancha por su antecesor.
De modo que entre dos fuerzas se mueve el flamante presidente boliviano: la sed de revancha y la necesidad de despolarizar el país, tal como se comprometió en su discurso de toma de posesión, con el objetivo de gestionar la economía.