Pedro Benítez (ALN).- Argentina no es Venezuela, pero el kirchnerismo ha hecho todo lo posible (hasta ahora) por seguir los pasos del país hermano, al menos en lo que tiene que ver con la economía.
Ante las crecientes dificultades del Gobierno del presidente Alberto Fernández la estrategia de su vicepresidenta, y líder espiritual de la izquierda peronista, Cristina Kirchner, ha sido la de empujarlo hacia el abismo. Exactamente como hicieron sus compañeros de causa venezolanos a partir de 2013.
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Durante meses se ha dedicado a atacar la gestión y los ministros del hombre que ella misma escogió como candidato presidencial de su coalición en 2019. La última víctima ha sido el hoy ex ministro de Economía Martín Guzmán que el pasado 2 de julio tiró la toalla en medio de un enfrentamiento poco disimulado con la líder. El resultado ha sido que en estos 20 días la cotización del dólar “blue” (paralelo) se disparó en 100 pesos. Hace pocas horas tocó los 317 pesos por dólar. Cuando Fernández recibió la banda presidencial de manos de Mauricio Macri el valor del dólar estaba en 59 pesos, lo que ya era un balance bastante malo.
Los demás precios de bienes y servicios se han disparado, ya se habla de que podría haber una inflación de tres dígitos este mismo año, mientras muchos comercios de Buenos Aires han cerrado sus puertas ante el miedo no saber a qué precio reponer sus mercancías y el temor a la hiperinflación vuelve a estar presente como en los años ochenta del siglo pasado.
La respuesta de Cristina Kirchner
La respuesta por parte de Cristina Kirchner ante el imparable deterioro económico que se venía cocinando ha sido política. Radicalizarse políticamente, prestando oídos a los asesores más radicales y apoyando a los grupos más radicales.
En ese contexto la prensa argentina reportó el año pasado la presencia en los círculos de poder de la Casa Rosada y de la coalición gobernante del economista español Alfredo Serrano Mancilla, de ingrato recuerdo para los venezolanos. Un habitual en su día de los programas de Pablo Iglesias en las redes sociales y cofundador de Podemos. De hecho, tiene un canal en YouTube en el que dedica buena parte de su programación a “analizar” la dinámica político/electoral del país austral y mantiene su presencia en la región por medio de una instancia de ampulosa denominación: Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (CELAG).
Las ideas de Serrano Mancilla
De la mano de Juan Carlos Monedero, otro conocido dirigente de Podemos y también asesor de “los gobiernos progresistas latinoamericanos”, Serrano Mancilla arribó hace poco más de diez años a Caracas con el fin de prestar sus servicios “académicos” al Gobierno venezolano. En alguna ocasión llegó a declarar que la economía de Venezuela era la prueba de que la inflación no tenía un origen monetario; así que se podía seguir imprimiendo dinero sin respaldo en la producción y la productividad, y sin que eso tuviera consecutivas negativas. Aunque hoy puede parecer insólito ese desafío a la ciencia económica tuvo predicamento en las más altas instancias del poder político nacional venezolano.
Las opiniones de este asesor, que en alguna oportunidad se lo bautizó como el “Jesucristo de la economía”, reforzaron las posturas de los dogmáticos de izquierda como Luis Salas o Pascualina Curcio que en su momento estuvieron detrás del conjunto de decisiones que a mediados de la década pasada contribuyeron a la peor pesadilla que los venezolanos hayan padecido en tiempos modernos.
Entre otras novedosas ideas a Serrano Mancilla se le atribuyen la creación de los Comités Locales de Abastecimiento y Distribución (CLAP), los gallineros verticales y los huertos caseros en los balcones de los apartamentos, como acciones concretas para paliar el pavoroso desabastecimiento de alimentos que sufrió Venezuela entre los años 2014 a 2018.
América Latina, «un laboratorio político”
Pero todavía más grave, fueron sus argumentos en favor de la emisión de dinero sin respaldo afirmando que eso no provocaría inflación y sus críticas a “la devastación” que produce el neoliberalismo, como coartada para cuestionar todos los fundamentos de la teoría económica. Afirmaciones que durante varios años el Gobierno venezolano asumió como propias mientras millones de venezolanos se sumían en la miseria y el hambre.
En este punto no está de más recordar que Pablo Iglesias llegó a afirmar que: “Para nosotros América Latina ha sido un laboratorio político”. Concretamente Venezuela fue el conejillo de indias.
Pues bien, Serrano Mancilla, ha venido siendo parte de un grupo de “académicos” que luego de varios años intentando replicar, aparentemente sin éxito, la fórmula en España, regresaron a tierras americanas en busca de más contratos para sus asesorías y de más incautos a quienes aportar sus nefastas ideas.
Hay fuertes razones e informaciones para sostener que “El Jesucristo de la economía” ha sido uno de los asesores externos que han aportado respaldo teórico a la visión estratégica de Cristina Kirchner según la cual su movimiento no debe hacer un ajuste económico ortodoxo en la Argentina (en realidad ningún tipo de ajuste), ni llegar a acuerdo alguno con el Fondo Monetario Internacional (FMI), y por tanto no tiene que pagar esos costos en términos de apoyo público.
El cuadro clásico
Esa forma de ver las cosas tiene su lógica, porque hacer lo contrario implicaría tragarse tres lustros de prédicas contra el “neoliberalismo” y el FMI, y correr el riesgo de perder su base política. Precisamente fue la insistencia del exministro Guzmán de llegar a un acuerdo con la demonizada institución multilateral el motivo de todos los dardos cargados de veneno que con insistencia le lanzó por meses la vicepresidenta.
De modo que por este, y otros motivos de orden más personal (como las causas que tiene abierta en los tribunales de la Justicia) Cristina Kirchner, a la cabeza de la coalición gobernante el Frente de Todos, de un nutrido bloque de senadores y diputados en el Congreso y de bien financiados grupos de presión en la calle, se ha convertido en el principal obstáculo para enfrentar una situación económica que ella mismo creó.
Porque lo cierto del caso es que esta nueva crisis argentina lleva años gestándose. Se trata del clásico cuadro de excesivo gasto público, financiamiento monetario del déficit fiscal, que como consecuencia lleva a la inevitable inflación, que a su vez es primero negada por el gobierno de turno, que luego manipula las estadísticas, impone controles de precios y finalmente les echa la culpa a los empresarios. Esto último es lo que, por cierto, están afirmando los voceros de Podemos, socio minoritario del Gobierno de coalición en España, ante el repunte inflacionario en ese país. Es lo que hace diez años hacía y afirmaba Cristina Kirchner en el primer año de su segundo mandato constitucional.
Depender del Estado en Argentina
De aquellos polvos a estos lodos. Porque fue ella la que tomó la decisión política de triplicar el número de empleados públicos a 1.4 millones de personas. Aunque datos de consultoras privadas indicaban que en 2016, si se contabilizan los empleados contratados y otros prestadores de servicios, la cifra rondaba los 3.4 millones de trabajadores; a lo que hay que sumar a los jubilados y a los beneficiarios de planes sociales. En total, más de 15 millones de personas dependen del presupuesto público en Argentina. El 36% de la población del país. En 2006 esa proporción no llegaba al 20%.
Tampoco está de más recordar que esa visión y ejecución de las cosas contó con la bendición del premio Nobel de Economía 2001, Joseph Stiglitz.
La lógica fue la de consolidar, por medio del masivo clientelismo, su base política de apoyo dentro de una estrategia de mantenerse en el poder, ella o por persona interpuesta. Subir impuestos al sector privado, incrementar el endeudamiento y emitir moneda sin respaldo han sido los ineludibles instrumentos que se han usado para financiar esa demencial política de gasto público. Ese fue el lastre que la señora Kirchner le dejó a Mauricio Macri, quien (pese al apoyo del FMI) no pudo, o no supo, o no quiso lidiar con la pesada herencia, pasándole a su vez la estafeta al actual presidente Alberto Fernández.
Alberto Fernández, disminuido en Argentina
Como ha ocurrido en otras etapas de la historia de Argentina esta crisis económica (como se podrá apreciar tiene un origen político) se ha convertido en el curso de los días en una de tipo político. Cristina Kirchner ha dejado a Alberto Fernández sin capacidad de designar ni siquiera a sus propios ministros, creando la sensación de que en medio de la tormenta no hay nadie manejando en la cabina de avión. Ni él ni ella.
Mientras tanto, la izquierda radical a la que el kirchnerismo ha mimado y financiado mete más presión desde la calle. Su más conocido portavoz, el líder del Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE) Juan Grabois, y amigo del Papa Bergoglio, se ha permitido en las últimas horas atacar directamente al Presidente: “No nos salgas a decir que hay que calmar a los mercados: vení y calmanos a nosotros, porque hay algunos gauchos y gauchas acá que estamos dispuestos a dejar nuestra sangre en la calle para que no siga habiendo esta hambre en la Argentina”. Así están las cosas.
Este es el momento en el cual geniales asesores y académicos como Serrano Mancilla desaparecen. Porque como en alguna ocasión preguntará el cuatro veces presidente de Bolivia Víctor Paz Estenssoro: “¿Es que alguna crisis de esta magnitud, en la que la inflación es el demonio mayor, se ha podido resolver en la historia desde la izquierda?”.