Rogelio Núñez (ALN).- Detrás de las protestas, manifestaciones y marchas que recorren América Latina desde hace casi dos meses existe un común deseo y necesidad por parte de la ciudadanía de que la región se desarrolle, crezca, y que lo haga con equidad. Dado que para construir esa equidad hay que partir de un crecimiento y expansión previa, Latinoamérica se halla en el peor de los mundos para conseguir su objetivo: en estos momentos la región no crece -al menos no con la suficiente fuerza- y como consecuencia promover la equidad se convierte en un imposible.
Como señaló el expresidente chileno Ricardo Lagos, “esta crisis irrumpe cuando todo ese sector que dejó atrás la pobreza siente que ese ascenso se hace cada vez más cuesta arriba y más contaminado de desigualdad. Desigualdad en los servicios de salud, en los niveles de la educación, en los salarios, en las pensiones, en los accesos a servicios públicos. Y todo ello contaminado por el deterioro de las instituciones”.
Dado que para construir esa equidad hay que partir de un crecimiento y expansión previa, Latinoamérica se halla en el peor de los mundos para conseguir su objetivo: en estos momentos la región no crece -al menos no con la suficiente fuerza- y como consecuencia promover la equidad se convierte en un imposible. La región se encuentra en una coyuntura de bajísima expansión: por debajo del 4,5-5% que requieren las naciones de ingresos medios para desarrollarse y encauzar las presiones provenientes del mercado laboral.
Y ello tiene consecuencias sociales y políticas que han salido últimamente a la luz. Osvaldo Larrañaga, director de la Escuela de Gobierno de la chilena Universidad Católica, subraya que “hay un malestar social asociado a la desigualdad. Un porcentaje significativo de la población recibe bajos salarios por su trabajo y reducidas pensiones al jubilarse. A ello se suma el agobio de las deudas, largas jornadas de traslado y estadía en los trabajos, incertidumbre por la atención de salud e inseguridad frente a la delincuencia y el narcotráfico. Esto no se condice con el elevado nivel de ingreso per cápita que tiene el país y los estándares de vida de país desarrollado en que vive una parte de la población”.
Parálisis económica
En realidad, los países latinoamericanos han pasado del estancamiento (2017-2018) a bordear, en estos momentos, el decrecimiento (2019). El actual malestar social latinoamericano es producto de una economía estancada (el FMI calcula un crecimiento para la región de 0,2% en 2019) y en marcada ralentización (la Cepal lo reduce a 0,1%).
Los países de América Latina han entrado desde 2013 en una fase de bajo crecimiento (desde hace seis años la región no se expande por encima de 3%) alternando años de ralentización que ya se elevan a un lustro (2013, 2014, 2017, 2018 y 2019) e incluso crisis (2015-2016).
La economía de América Latina no sólo se ha estancado sino que flirtea con los números rojos: alcanzará apenas un crecimiento de 0,1% en 2019, golpeada por la baja del comercio global y un menor precio de las materias primas, según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal). Desde abril, cuando este organismo de Naciones Unidas disminuyó el crecimiento a 1,3% para este año, la economía de la región siguió desacelerándose y mostrando proyecciones a la baja. En julio, la estimación anual de crecimiento era de 0,5% y en este tramo final del año bajó a 0,1%. Para 2020, la Cepal proyecta un reducido crecimiento de 1,4% que, como ha ocurrido este año, podría acabar siendo aún más bajo.
La caída de los precios de las materias primas que exportan muchos de los países de la región es uno de los principales factores que arrastran a la baja el crecimiento regional, junto al aumento de los episodios de “volatilidad financiera” que han influido negativamente en las condiciones y los flujos de financiamiento disponibles.
La Cepal subraya que “ante este contexto externo caracterizado por tensiones comerciales (Estados Unidos-China) y alta incertidumbre, se agravan las dificultades que en materia de inserción al comercio y producción internacional suelen exhibir las economías de la región”.
Con la economía cuesta abajo desde 2013 o sin capacidad de remontar, las posibilidades de reducir la inequidad son muy reducidas. Los aparatos administrativos, ineficaces e ineficientes, no cuentan con los recursos necesarios y los mercados no son capaces de cumplir con las expectativas de la ciudadanía dado el ambiente de volatilidad e incertidumbre imperante. Como apuntara ya en 2015 el académico ecuatoriano Adrián Bonilla, “el hecho de que América Latina, independientemente del signo ideológico de sus gobiernos, cuente con menos ingresos ahora que en la década pasada vuelve central, ahora sí -y más allá de la retórica- el posicionamiento político y la impronta ideológica de sus gobiernos. La ausencia de recursos afecta al conjunto de capacidades que los Estados tienen para desarrollar políticas, y las sociedades para desempeñar sus actividades. El problema en este nuevo escenario vuelve a centrarse en saber cuáles son las prioridades que tienen los Estados y cómo se representan los intereses de los distintos estratos o clases de la sociedad en el proceso de toma de decisiones”.
Frustración de expectativas sociales
La consecuencia directa de ese menor crecimiento y ralentización ha sido que la reducción de la pobreza y la desigualdad, que experimentó una marcada reducción entre 2003 y 2013, se ha paralizado e incluso ha empezado a aumentar.
De hecho, el secretario general de la OCDE, el mexicano Ángel Gurría, apunta que “el 30% de la población de la región vive aún en condiciones de pobreza y alrededor del 40% de los latinoamericanos forman parte de la clase media, clase media que llamamos vulnerable”. Una “clase media vulnerable” afectada por los altos costos de vida que crecen “mucho más rápido que sus ingresos”.
En un estudio de 2018 de la Cepal ya se hacía hincapié en la creciente insatisfacción de la clase media que ha crecido en número pero también en aspiraciones y exigencias. Las heterogéneas clases medias latinoamericanas, compuestas por clases medias consolidadas y vulnerables, ven con temor y ya no con esperanza el futuro. Las primeras, las consolidadas, porque han perdido la fe en una mejora personal e intergeneracional. Y las segundas, las vulnerables, que acaban de salir de la pobreza, perciben un riesgo cierto de regresar a su antiguo status. El analista chileno José Joaquín Bruner destaca que detrás de los movimientos que recorren la región se encuentra “el agobio experimentado por las clases medias, tanto consolidadas como especialmente vulnerables, al detenerse el crecimiento y quedar al desnudo las deudas, angustia y temor por la pauperización de sus condiciones de vida de esta parte mayoritaria de la población”.
Durante la Década Dorada, se produjo una marcada reducción en la desigualdad de ingresos como resultado de la existencia de salarios más altos y de la mejora en la educación. El crecimiento económico contribuyó a la movilidad social y creó una “nueva clase media”, más vulnerable a los cambios de coyuntura que la vieja clase media. El índice Gini demuestra que la región, la más desigual del mundo, fue la que experimentó una mayor reducción de la inequidad pues todos los países menos Costa Rica, Brasil y Paraguay redujeron la desigualdad.
Pero esa reducción fue insuficiente y a la vez creó nuevas demandas que ahora emergen con fuerza. En este sentido, María Victoria Murillo, de la Universidad de Columbia, recuerda que “con el crecimiento económico proyectado para este año, las tensiones que eran tolerables cuando crecía el pastel se han vuelto menos tolerables ahora, especialmente en una región caracterizada por un gran sector informal”.
Esta situación (una larga parálisis económica que desemboca en una frustración de expectativas sociales) explica el actual periodo de inestabilidad política y protestas sociales. El segundo semestre del año ha presenciado el vuelco electoral en Argentina con la victoria del kirchnerismo, la oleada de protestas en Chile que tuvo como imagen icónica a 1.200.000 chilenos saliendo a las calles a manifestarse contra un gobierno que se ha visto obligado a cambiar su ruta: ahora impulsa una ambiciosa agenda social y apoya un cambio constitucional. Además, en cuestión de días colapsó el régimen de Evo Morales tras casi tres lustros en el poder y el gobierno de Lenín Moreno se vio obligado a retirar su plan de ajuste. Finalmente, el paro nacional en Colombia y las posteriores protestas y caceroladas han colocado al Ejecutivo de Iván Duque en la necesidad de negociar un nuevo plan de gobierno.
La salida de la trampa
América Latina sólo alcanzará mayores cuotas de equidad (igualdad de oportunidades y de acceso a bienes públicos) cuando expanda su economía de forma consistente (por encima de 4%) y de manera consolidada en el tiempo. El crecimiento del PIB se alza, por lo tanto, como la condición sine qua non para lograr mayores cuotas de equidad social. En palabras del que fuera economista en jefe para América Latina del Banco Mundial, Augusto de la Torre, “si los gobiernos pierden la capacidad de seguir mejorando la equidad social, vamos a entrar en problemas. Y la capacidad que los gobiernos tienen para poder distribuir la prosperidad depende de la prosperidad. Si no tienes prosperidad no hay mucho que distribuir”.
En este nuevo mundo que emerge, el de la revolución tecnológica o IV Revolución Industrial, los países de América Latina están abocados a impulsar reformas para que las economías crezcan a un ritmo más rápido, sobre todo cuando ya no existe, como sucedió en la década pasada, un viento de cola internacional a favor. El crecimiento que tuvo lugar en los últimos 10 años se debió a la existencia de factores externos como los elevados precios de las materias primas y el rol de China como consumidor de commodities.
Ahora ese viento ya no está soplando, y los países de la región, para crecer y desarrollarse, dependen de ellos mismos, lo cual requiere de profundas, complejas e impopulares reformas, algunas difíciles de manejar políticamente y con resultados que sólo se perciben en el largo plazo. Las naciones de América Latina se están quedando en la periferia de la IV Revolución Industrial que actualmente está transformando la matriz productiva y las sociedades del mundo. El bajo crecimiento económico latinoamericano actual (una desaceleración que cada vez se acerca más a un decrecimiento) y la ausencia de reformas estructurales condenan a la región a cumplir un papel secundario en ese contexto internacional.
Las naciones latinoamericanas se han quedado atrapadas en la trampa de los países de ingresos medios al no acometer las ineludibles reformas estructurales y diseñar unas economías más productivas y competitivas por medio de inversión en innovación, capital físico (infraestructuras y logística) y humano (educación) con el objetivo de diversificar exportaciones con mayor valor añadido y vinculadas a las grandes cadenas de valor mundial.
¿Cuál es el plan económico y social de Alberto Fernández para sacar a Argentina de la crisis?
Más que nunca América Latina se halla ante una encrucijada: las presiones sociales conducen a los diferentes gobiernos a impulsar una nueva agenda de reformas sociales, necesarias, ambiciosas y también costosas. Ponerlas en marcha requiere de economías sanas y con músculo financiero, un perfil que no cumplen los países latinoamericanos en plena parálisis.
De hecho, Alberto Ramos, de Goldman Sachs, recuerda que “cuando tomas en cuenta el crecimiento de la población, eso significa que el PIB per cápita en realidad cayó… En todos los países de América Latina, la situación es tan poco estimulante que debemos realizar un fuerte análisis introspectivo y preguntarnos por qué el crecimiento en la región es tan mediocre y tan inferior al de otras regiones de mercados emergentes”.