Pedro Benítez (ALN).- En Argentina nada se puede dar por seguro; es el tipo de país donde ocurren más cosas en una semana que en casi cualquier otro en un año. Es lo que se ha venido dando en las últimas horas con idas y venidas, rumores periodísticos desmentidos, designaciones frustradas y sorpresas de último momento, que han rodeado la conformación del Gabinete de ministros del flamante presidente electo de la nación austral.
Desde la mañana siguiente a su victoria electoral del pasado domingo, para sorpresa de propios y extraños, Javier Milei ha estado actuado de manera racional, tomando calculadas decisiones políticas guiadas por el doble criterio de, por un lado, hacerse con una coalición lo suficientemente amplia en el Congreso argentino a fin de conseguir aprobación a las urgentes reformas que requiere el país para salir de su aguda crisis económica y, por el otro, enviar mensajes positivos a los mercados financieros.
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La clásica y lógica jugada que haría cualquier presidente cuyo partido, en este caso La Libertad Avanza, solo tendrá 7 de los 72 senadores y apenas 35 de los 257 diputados. Y que al frente va a tener la oposición de Unión por la Patria, de la ex presidente Cristina Kirchner, con 33 y 108 bancas respectivamente. La buena noticia para Milei es que por sí solo el kirchnerismo no logra el quórum en el parlamento, pero lo obliga a él a construir sus propias mayorías.
Además, la Confederación General del Trabajo (CGT), la central sindical más importante de Argentina e históricamente vinculada al peronismo, y que estos cuatro años no le hizo un sólo paro general al presidente Alberto Fernández (versus los 42 que le hizo a todos los demás gobiernos desde 1983), ya exhibió el hacha de guerra con el argumento de “que no aceptará pérdida de derechos” ante los anuncios del nuevo mandatario de paralizar la obra pública y privatizar los ferrocarriles y Aerolíneas Argentinas. Ese será el otro frente con el que tendrá que lidiar Milei; el de la calle y la conflictividad social.
La victoria de Javier Milei y los retos
Pero antes de llegar allá, el nuevo mandatario primero se ve obligado a desactivar la bomba hiperinflacionaria que le deja la actual administración. El Banco Central de Argentina ha emitido miles de millones de pesos en títulos de deuda (las leliqs) a fin de drenar la gigantesca liquidez monetaria con la cual se financia, a su vez, el déficit fiscal, que este año podría ser superior, en porcentaje del PIB, al que precedió a la hiperinflación de 1989 al final el gobierno de Raúl Alfonsín, o al brutal ajuste de 1975 durante la presidencia de María Estela Martínez de Perón, antesala del golpe militar del siguiente año.
Milei parece tener muy claro que su base es el 30% que obtuvo en la primera vuelta electoral y que el 26% restante que le dio la victoria definitiva son votos prestados. Lo contrario sería caer en una trampa de la que suelen ser víctimas los presidentes electos en segunda vuelta. Además, los próximos dos años, hasta la elección parlamentaria de medio turno donde se renovará la mitad de la Cámara de Diputados y un tercio del Senado, será de una intensa lucha en el frente político, mientras se hace el inevitable ajuste económico. De modo que, sin una estructura política nacional, sin gobernadores e intendentes que le deban el cargo, necesita armar una nueva coalición.
Los aliados y sus posibles ministros
Con claro sentido de la realidad se ha buscado a dos aliados que le serán fundamentales: el ex presidente Mauricio Macri, líder de Juntos por el Cambio que, aunque dividido, es la segunda fuerza en el Congreso y en las provincias. Y Juan Schiaretti, gobernador de la provincia de Córdoba, ex candidato en la reciente elección presidencial y peronista disidente de la línea kirchnerista; él es el puente con todos los gobernadores peronistas del interior argentino que no se sujetan a la jefatura de ex presidenta Kirchner y que gobiernan provincias en las que inesperadamente ganó Milei.
En ese sentido, y por lo que ha trascendido hasta estos momentos, de los ministros del nuevo gobierno cuatro serían ex funcionarios o personas cercanas a Macri y dos a Schiaretti. La ex candidata Patricia Bullrich en Seguridad; el ex ministro de Finanzas del gobierno macrista Luis Caputo, en Economía; también del macrismo Federico Sturzenegger, designado para reformar el Estado; así como Demian Reidel, candidato a ocupar la presidencia del Banco Central. El actual secretario de Transporte del gobierno de Córdoba, Guillermo Ferraro, iría a Infraestructura; y del mismo gobierno provincial, Osvaldo Giordano como titular de la Seguridad Social.
En el camino han caído personas hasta ahora muy cercanas al ex candidato libertario, como Emilio Ocampo, apóstol de la dolarización, quien se perfilaba para el Banco Central.
Por lo que se ve, en las primeras de cambio, el nuevo presidente argentino quiere jugar como Carlos Salvador Bilardo; el pragmatismo primero que los gustos. Todo muy alejado del personaje controversial e irascible que se hizo estrella de las tertulias de la televisión argentina.
Este no es el Milei que aseguró hace días que no haría tratos con “dictaduras comunistas”, sino que no tarda en agradecer por cuenta X la amable carta de felicitación que le envió el presidente de China, Ji Xinping. Tampoco el que calificó al Papa como “representante del maligno”; por el contrario, interrumpió una entrevista con la televisión para atender diligentemente una llamada que el jefe de la Iglesia Católica le hizo desde el Vaticano, aceptando sus consejos y solicitándole que visite a Argentina, a fin de “recibirlo con todos los honores”. Nada mal para tratarse de outsider.
A este paso Milei puede terminar transformándose en el más aventajado alumno del ex presidente y caudillo riojano Carlos Menem. Con lo cual se cumpliría lo que en Argentina han bautizado como el Teorema de Baglini: Cuanto más lejos se está del poder, más irresponsables son los políticos; cuanto más cerca, más sensatos y razonables se vuelven.