Rafael del Naranco (ALN).- Hace un año, comenzando el mes de abril, cruzamos la campiña norteña italiana en la que todo es progreso, armonía sobre belleza natural. Igualmente, durante siglos, historias europeas forjadas sobre luchas intestinas. En ese viaje la intención era observar y ver al ritmo de un caminante desocupado.
Piamonte es un paisaje de valles rodeados de los sorprendentes Alpes que bajan en sus vertientes al encuentro de Aosta. La capital, Torino -Turín, en el castellano biznieto del latín -, es una urbe apacible. En ella hay librerías con apiñados tomos de torres interminables aplastando manuscritos, antiguos unos, modernos otros. Allí hallamos lo buscado: El Danubio de Claudio Magris.
Graduado en la Universidad de Turín, el escritor, al ser un autorizado germanista, es uno de los mediadores entre la cultura alemana e italiana. En El Danubio hace un viaje sobre el río que traspasa la Europa histórica desde su nacimiento hasta la desembocadura en Rumanía sobre el Mar Negro, tras recorrer 10 países.
En sus páginas, de forma atrayente, describe historias y vivencias de personajes que pasearon en sus orillas o vieron en esas aguas, algunas veces mansas, otras impetuosas, los avatares de la propia existencia, de hombres, mujeres y animales de labrantíos, sin dejar en el olvido las piedras labradas que reposan en sus riberas y guardan las tradiciones imperecederas.
Uno, caminante de atajos perennes, cree saber de matices del vivir cotidiano y, a razón de ello, nos hallamos entre textos y sentimientos apasionados, siendo esa génesis amatoria lo que Claudio Magris ha reflejado en páginas admirables.
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Tras la muerte de su esposa, Marisa Madieri, sucedida en Trieste en 1996, Magris escribió un diario que atraviesa el propio tiempo. Bajo el nombre de Verde agua, es considerado actualmente un clásico.
Es sabido que el tiempo no borra nada aunque llega a arrinconar las penas hondas, y ese momento inmutable sigue ahí, igual a un hurón, escarbando los entresijos de la ausencia abatida convertida en bruma afligida.
Después de la partida de su esposa, Magris no se convirtió en otro, y aún así se levantó distinto, cambiado. En sus últimas obras hay como la sombra taladrada de un vacío adverso, invisible, abatido. Unas cicatrices que, si se rozan, punzan los recovecos del espíritu.
La preocupación presente del autor es la crisis individual, y en ella, “la simultánea capacidad de resistencia del prójimo frente a la amenaza de la disgregación existencial y psicológica”.
Él siente que cuando la persona ha sido más circundada y oprimida, fue siempre capaz de desarrollar formas de integridad extraordinarias.
Al ser todo humano légamo mal cocido, necesita permanentemente avivarse de la exhalación que proviene de un soplo interior que, al decir de Magris, hace que “cuanto más se vive, mejor se convive con la imperfección de la existencia y se aprende a no ser el protagonista de la de ella”.
(Nota del escribidor: deberían los políticos actuales de toda ralea aprender esa lección).
Graduado en la Universidad de Turín, el escritor, al ser un autorizado germanista, es uno de los mediadores entre la cultura alemana e italiana. En El Danubio hace un viaje sobre el río que traspasa la Europa histórica desde su nacimiento hasta la desembocadura en Rumanía sobre el Mar Negro, tras recorrer 10 países.
La polémica entre Marcel Proust -autor de ese vericueto esplendoroso llamado En busca del tiempo perdido– , y el crítico literario Charles Augustin Sainte-Beuve sobre las relaciones entre la persona del escritor y su obra, donde el primero afirmaba que la creación es producto de incertidumbres y turbaciones, tiene su base palmaria en las circunstancias que nos rodean impávidamente y que ya observaba Herman Hesse: “La mayoría de los hombres son como hojas que caen y revolotean indecisas mientras que otras son como los astros: siguen una ruta fija, ningún viento los alcanza y llevan en su interior su propia ley y trayectoria”.
Claudio Magris, en su obra más reciente Lejos de dónde – el día 10 del presente mes cumplió 81 años – hace una incisión sobre otro de nuestros autores de permanente presencia: Joseph Roth.
El italiano ve en el austriaco de ascendencia judía el sufrimiento que estremeció hasta las más profundas entrañas, a causa de los más inhumanos sucesos en la mitad del siglo XX. Y allí advertimos la fuga interminable, imposible las más de las veces, de un pueblo judaico que de un alba a otra se encontró que las naciones donde habían nacido ellos y sus antepasados, les negaban la más mínima existencia.
De todas aquellas catástrofes pavorosas, Roth parecía ser el único en darse cuenta de cómo la humanidad, un amasijo de contradicciones, podía crear con la misma mano la espada cortante, y a su vez el poema más sutil y sensitivo.
Claudio Magris nos obliga a revivir aquellas sendas de los pasos perdidos, y nos hace exclamar aterrorizados: ¿Y Dios dónde estaba? Si yo puedo añadir algo, diría: pastoreando nuestro libre albedrío.