Pedro Benítez (ALN).- Recapitulemos, ¿para qué Nicolás Maduro se tomó la molestia de ir a unas elecciones presidenciales? Porque necesitaba (y sigue necesitando) legitimarse ante la comunidad democrática internacional, ante la FANB (pequeño detalle) y ante el propio chavismo (puesto que el ex comandante/presidente no lo eligió como heredero eterno).
A pocos días del crucial 28 de julio se puede decir, sin temor a equivocarnos, que no va a conseguir ni el primero, ni el tercero de los objetivos planteados. El segundo está por verse. Es decir, sin saber los resultados parciales del primer boletín que anunciará el ciudadano presidente rector del Poder Electoral, ya Maduro lo estropeó todo.
No importa las piruetas técnico/filosóficas de quienes aseguran que todavía puede ganar por un margen estrecho y sin fraude el domingo; se ha retorcido tanto el proceso, se está dando tal espectáculo al mundo, con un promedio de tres presos políticos por día en un mes de campaña, más todo el abuso y la presión, que no hay manera que esta elección sea reconocida como legítima.
Parafrasear a Gonzalo Barrios
En cualquier imperfecta, pero normal democracia, es el derrotado quién legitima al triunfador. Célebres eran en Estados Unidos los discursos de concesión de la noche electoral por parte del derrotado; sana tradición que Donald Trump despreció hace cuatro años. Dejando de lado esa excepción, que esperemos sea una anormalidad, el más interesado en exhibir las más prístinas garantías para la competencia electoral a sus adversarios, que alejen toda mácula, es a quien aspira a reelegirse o se encuentra en el ejercicio de Gobierno.
Digamos que bloquear la presencia de la observación electoral profesional, incumplir el Acuerdo de Barbados, bajar a última hora del avión al ex presidente Alberto Fernández y al canciller colombiano Luis Gilberto Murillo; así como insultar al presidente Gabriel Boric y despreciar a su colega Luis Ignacio Lula Da Silva; no contribuyen a ese propósito. Parafraseando a Gonzalo Barrios: ¿A quién le conviene una victoria sospechosa? Pues al titular aspirante a la reelección no. Evidentemente.
Tapar la primaria
De modo que, toda la estrategia concebida y desarrollada por Jorge Rodríguez de 2020 en adelante en busca de la tan anhelada legitimidad, se ha venido desbaratando desde la primaria del pasado 22 de octubre, en parte por lo que podríamos denominar como errores no forzados. Ese día, una oposición moribunda volvió a la vida. La reacción oficialista ante el Lázaro opositor emergiendo de su tumba con todo vigor, no fue la más acertada.
Luego de varios meses, y con la perspectiva que da el tiempo, podemos afirmar que haber intentado tapar el efecto de la primaria, sacando de la chistera el referéndum sobre el Esequibo como coartada para escalar el conflicto diplomático con Guyana (la táctica Galtieri), fue una pésima idea.
Fue eso lo que prendió las alarmas en la región, particularmente en Brasil (Gobierno, Congreso y opinión pública), y lo que comenzó a agriar las relaciones con Lula. Si, además, se pretendía meter a la oposición en la trampa de la soberanía nacional, el entrampado terminó siendo el gobierno madurista al dejar expuesto su aislamiento internacional. Le pisó los intereses a China, a Caricom y a Cuba (tres aliados). Apreciará el amable lector que ese tema parece perdido en la bruma de la prehistoria. Ni nos acordamos que Tumeremo, celebre en días más felices por su desfile de carnaval, fue declarado como “la capital temporal de Guayana Esequiba” apenas en diciembre.
¿Baño de sangre?
De allá para acá ha sido un traspié detrás de otro para la estrategia Maduro/Rodríguez. De la catarata de insultos contra María Corina Machado se podrían editar varios tomos sobre la misoginia y el fomento de la desesperanza y la resignación como ofertas electorales. Calificar de “viejo decrepito” a Edmundo González fue insultar a todos esos venezolanos que reciben prestaciones y pensiones miserables luego de toda una vida de trabajo, mientras han visto emigrar a hijos, nietos y sobrinos.
El más reciente ha sido la sentida reflexión sobre la inevitabilidad de una “revolución popular y armada”, la “guerra civil”, el “baño de sangre”, en caso de no ser favorecido por la mayoría de los electores.
En Venezuela se han normalizado tanto los abusos del poder y el lenguaje pendenciero que no se aprecia en su auténtica magnitud lo escandaloso de dicha afirmación proferida no una, sino dos veces. El primero que no se dio cuenta de la gigantesca metida de pata fue el candidato/presidente aspirante a la re-reelección. Pero fuera de Venezuela esa afirmación ha resultado insólita, incluso para los parámetros de nuestra apasionada cultura política latinoamericana.
Dentro del chavismo se afilan los cuchillos
Pero ese fue solo el más sonoro y reciente de sus errores. Hoy se encuentra atrapado en la arena movediza que él mismo creó, dando patadas que lo hunden más. No hay ninguna genial maniobra.
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Ahora no es el odiado Grupo de Lima, representante de lo más granado de la derecha latinoamericana quien se le opone y cuestiona, sino Lula, Pepe Mujica y Gustavo Petro. Para ellos Maduro es como ese amigo problemático que hace tantas tratadas, tan seguido, que no lo puedes seguir defendiendo. Se hizo por ti, lo que se pudo.
Mientras tanto, dentro del chavismo se afilan los cuchillos de todos los que tienen cuentas por cobrar. Los desplazados del círculo del poder; marginados de los cargos, privilegios y negocios; aspirantes a usufructuar el capital político que todavía queda luego de 25 años de hegemonía. Todos los que piensan que lo pudieron haber hecho mejor que el elegido accidentalmente en diciembre de 2012 y ven la oportunidad de ofrecerlo como Cabeza de turco que exculpe a los demás del fracaso histórico. Para ellos el momento es este; o, mejor dicho, el domingo 28 de julio y días subsiguientes.