Pedro Benítez (ALN).- Es bastante humano aceptar para los demás lo que no se quiere para uno mismo. O parafraseando a los Evangelios, ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio. Este tipo de situaciones, o actitudes, son muy comunes en la política, en particular si se avecina una campaña electoral.
Un ejemplo lo vemos por estos días en las críticas que el expresidente Luis Ignacio Lula Da Silva, junto con sus aliados y medios que le son cercanos dentro y fuera de Brasil, disparan contra el actual mandatario de ese país y su eventual rival en las elecciones de octubre de 2022, Jair Bolsonaro.
A casi un año de las próximas elecciones presidenciales brasileñas y en un intento por mejorar su posición en las encuestas, que lo ponen a 20% por debajo de Lula, Bolsonaro ha decidido jugársela tocando la tecla de la indignación de muchos de sus conciudadanos contra la corrupción. Esa fue la fórmula que lo llevó a ganar los comicios de 2018 y, por lo visto, espera le funcione nuevamente. Aunque en realidad no tiene mucho de donde escoger.
LA DEMOSTRACIÓN DE FUERZA DE BOLSONARO
Aprovechando los 199 años de la fecha conmemorativa de la Independencia de Brasil, Bolsonaro convocó el pasado 7 de septiembre a sus partidarios a las calles logrando concentrar a decenas de miles de personas en Brasilia, Sao Paulo y Rio de Janeiro. Aunque sin duda fue una demostración de fuerza, las concentraciones multitudinarias suelen ser engañosas por no reflejar necesariamente la opinión de la mayoría, tal como lo puede hacer un sondeo de opinión pública. Pero el gesto prácticamente le aseguró su posición en la carrera presidencial, en un momento en cual los rumores sobre un posible juicio político en su contra crecen en el Congreso brasileño.
Apelando a las tácticas trumpistas, Bolsonaro le dio rienda suelta ese día a su temperamento al atacar al Tribunal Supremo por, supuestamente, amparar la corrupción en la persona del expresidente Lula y de su Partido de los Trabajadores (PT). En otra deriva peligrosa, Bolsonaro tiene meses atacando el sistema electoral y sugiriendo que las próximas elecciones pueden ser manipuladas. Este discurso ha ido calando entre sus partidarios que, al parecer, creen estas afirmaciones con bastante pasión al mejor estilo de lo que ocurrió en Estados Unidos al inicio de año.
Preparando la cancha para la contienda que se avecina, Lula no desaprovechó la oportunidad para reiterar sus críticas y ataques al actual presidente.
Lo acusó de: “…llamar a las personas para la confrontación, convocar actos contra los poderes de la República, contra la democracia, que él nunca respetó; en vez de sumar, estimula la división, el odio y la violencia”.
CUANDO LULA DEFENDÍA A CHÁVEZ
Es curioso, y obsérvese las vueltas que da la vida, porque hace tres lustros, cuando Lula era el presidente estrella de la región nunca dudó en defender su colega y amigo el expresidente venezolano Hugo Chávez, cuando desde Venezuela se le señalaba por lo mismo de que se acusa ahora a Bolsonaro en Brasil.
Un discurso cargado de misógina, homofobia, a veces racista, violento, siempre divisivo, de confrontación y abierto desafío a las instituciones cuando estas no le dan la razón. Bolsonaro es lo más parecido a Chávez que hay hoy en día por estos lados del mundo. Es más, el ex capitán del Ejército brasileño, y hoy presidente democráticamente electo, tuvo sus palabras de elogio para el ex teniente coronel golpista, de quien llegó a decir que era “una esperanza para América Latina”.
Pero eso sí, al segundo se le perdonaron en su día afirmaciones y actitudes que no se les perdonan al primero. Son las ventajas de llevar la bendición de la izquierda internacional y una buena renta petrolera para beneficiar a los amigos.
LULA, UN PRESIDENTE ADMIRADO
Como presidente Lula fue el admirado representante de la izquierda “vegetariana”. Un líder obrero clamorosamente llevado al poder por los votos de su pueblo, pero que una vez allí actuó con tacto, mesura y pragmatismo. Sin renunciar a sus metas sociales, manejó con prudencia la economía y el fisco, llevó excelente relaciones con los empresarios, fue alabado por los organismos financieros internacionales e incluso por la Casa Blanca en más de una ocasión.
Y sin embargo, siempre se mantuvo en el eje de su colega venezolano, a quien siempre defendió y justificó, a veces entrando directamente en la política de Venezuela.
Pues bien, ahora le toca lidiar en su propio país con un jefe de Estado muy parecido. Lula justificaba a su amigo venezolano por ser, pese a todos sus defectos, “la elección democrática de su pueblo”. Es decir, igual que Bolsonaro es la elección democrática del pueblo brasileño. O por lo menos de 58 millones.
A propósito de eso, no está de más recordar que si alguien en Brasil fue responsable de la elección de Bolsonaro como presidente, ese fue, precisamente, Lula. Después de todo, millones brasileños lo eligieron como un voto castigo contra la clase política en general, y contra el PT de Lula en particular, dados los continuos escándalos de corrupción de ese partido.
JUICIOS ANULADOS
Si los juicios contra Lula se han anulado es porque a lo largo de los años él y su sucesora Dilma Rousseff nominaron a 8 de los actuales 11 miembros del Tribunal Supremo de Brasil. Pero esas son las reglas, aunque a Bolsonaro y a sus millones de partidarios no les guste.
Así funciona la imperfecta Justicia, que si fue buena para imputar a Lula también es buena para anular el proceso en su contra. Por cierto, esa misma observación se puede hacer en sentido contrario, de quienes hasta ayer no más cuestionaban esas mismas instituciones y esa misma Justicia.
Todavía Lula sigue insistiendo que contra la ex presidente Rousseff hubo un golpe de Estado, pese a que el procedimiento de ese juicio político está previsto en la constitución de Brasil, y que ya se lo había aplicado al también ex mandatario Fernando Collor de Mello. Pero como podemos apreciar, en América Latina es muy popular aquella máxima según la cual para mis amigos todo, para mis enemigos la ley.
Como si se tratara de una serie de televisión por temporadas en Brasil la trama central continúa, luego de varios años, con más o menos los mismos protagonistas. La tragedia para ese país, y por extensión para al resto de América Latina, es que la presidencia se la están disputando un mandatario nostálgico de las dictaduras de derecha del Cono Sur, contra el que busca la reelección y todavía insiste en defender la dictadura del Partido Comunista en Cuba.