Sergio Dahbar (ALN).- En 1948, un emigrante europeo que había desfigurado su biografía hasta desaparecer escribió una novela inolvidable sobre la imposibilidad de mantener las riquezas robadas a la naturaleza. Se trata de El tesoro de la Sierra Madre, de B. Traven, otro enigma de la literatura.
Se cumplen 70 años de un clásico que sigue de pie. Se trata de un libro que debería leer más de uno de esos nuevos ricos arrogantones que se consideran inmunes a la cultura: El tesoro de la Sierra Madre (1948), de B. Traven.
Como si se tratara de un eco lento pero preciso, en diferentes canales de nostalgia y obras de culto, la versión de este clásico, convertida en sí misma en un homenaje al cine negro, se programa una y otra vez: dirigida por un estupendo John Houston, que había entregado el alma en El halcón maltés y reincidió en un rodaje mexicano que sufrió inconvenientes varios.
Tanto el libro como la película exhiben el mismo título. Y los dos arrastran leyendas improbables sobre un autor (el huidizo B. Traven) que decidió muy joven convertirse en humo y neblina, para dejar que su obra acaparara el interés de los lectores y los críticos.
B. Traven es otro enigma de la literatura, de esos que parecieran desprenderse de la pluma de un demiurgo loco y ebrio. A este inmigrante desconsolado lo han confundido con un cerrajero polaco llamado Feige; con un periodista radical de Munich conocido como Ret Marut; con un marinero noruego que se presentaba como Traven Torvsan; y con el agente literario Hal Croves de un escritor invisible (Barry Gifford dixit).
Traven escribió una novela poderosa y auténtica sobre las fuerzas oscuras de la ambición
Lo cierto es (sea cual fuere su nombre verdadero) que emigró a México y dejó que la leyenda de su literatura fuera más cierta que las posibles vidas vividas. Consiéntase en que se trata de un ardid serio a la hora de llamar la atención.
Pero la materia real de esta nota apunta más a las relaciones entre creación literaria y séptimo arte, tejido que en el caso de la filmación de El tesoro de la Sierra Madre alcanzó cuotas importantes de complejidad, extravío y diferencias insalvables.
La historia confirmada refiere que John Houston viajó a Ciudad de México en 1946 para conocer a B. Traven y discutir aspectos del libro. El director esperó una semana en un hotel sin que el escritor apareciera. Finalmente, llegó un caballero llamado Hal Croves, como representante de B. Traven, para negociar los derechos de El tesoro de la Sierra Madre. Croves (¿el mismo Traven?) denunció más tarde al director por “traicionar” la verosimilitud del libro.
Si algo llama la atención en el corazón de ambas versiones (la literaria y la cinematográfica) es la naturaleza que condena a los seres humanos: la maldición del oro, lo que desata la ambición y la avaricia, lo que contagia la locura de la que pareciera imposible escapar sano y salvo.
Como bien ha anotado la crítica Soledad Platero, lo que importa en El tesoro de la Sierra Madre es “la imposibilidad de retener riquezas robadas a la naturaleza; la desconfianza que se instala entre los que comienzan a reunir un tesoro y deben cuidarlo de sus compañeros; la incapacidad para saber cuando detenerse; la paradoja de que las riquezas robadas a la tierra exijan como precio la salud, la cordura, la paz y hasta la vida del afortunado que nunca llega a gozar del botín obtenido”.
La versión cinematográfica ha ganado con el tiempo, como si una capa invisible la protegiera a medida que pasan los años. Pero en su momento recibió críticas: la consideraron acartonada y falsa, advirtieron en su fotografía una búsqueda que condenaba el paisaje y señalaron que los actores no estuvieron a la altura del reto.
El 10 de junio de 1949 el uruguayo Homero Alsina Thevenet publicó una crítica en el semanario Marcha. Allí cuestiona diferentes carencias y excesos: personajes poco desarrollados y situaciones que distraen la trama central. Resulta notable la percepción de H.A.T a la hora de matizar aspectos débiles del guion con fuerzas poderosas de la realización cinematográfica.
“Zurciendo todos estos retazos de talento, John Houston ha realizado una película discontinua, dispersa, sin unidad dramática ni rigor de exposición, pero de una envolvente factura cinematográfica y una excitante originalidad. Si es preciso que Hollywood mienta, que siempre lo haga así”.
Cierta gente quisiera que las cosas fueran más sencillas de lo que son. He aquí la parábola extraña de un escritor que fue muchas personas y ninguna, porque deseaba que la obra prevaleciera y no su nombre. En ese empeño creó una confusión de tal magnitud que terminó por teñir toda su obra.
Los instintos más básicos
Traven escribió una novela poderosa y auténtica sobre las fuerzas oscuras de la ambición. Pero se sintió traicionado por una adaptación cinematográfica que hoy es vista por millones de espectadores como una obra maestra.
Lo que importa en El tesoro de la Sierra Madre es “la imposibilidad de retener riquezas robadas a la naturaleza”
Si el diablo no había metido la mano hasta ese momento, lo hizo a última hora: la película no es una obra llana, donde todo sobresale o decae, sino una construcción en la que se equilibran los defectos y los hallazgos, rompecabezas que nadie debería perderse si desea conocer algunas de las energías que componen la naturaleza de los instintos más básicos y lo que son capaces de desencadenar.
Traven (o como se llamase) vivió hasta 1969 en Ciudad México, con su esposa Rosa Elena Luján. Dispuso que sus cenizas fueran esparcidas en el río Jataté, en la selva Lacandona del estado de Chiapas. Tal como había solicitado, el 19 de abril de 1969 una avioneta Cessna dejó caer las cenizas del alemán más elusivo del que tuviera noticia el siglo XX. Había logrado desfigurar sus orígenes y su paso por el mundo de tal manera que sólo lo sobrevivió una obra poderosa, entre la que sobresale una historia de aventueros que tienen la mala suerte de encontrar un tesoro.