Ysrrael Camero (ALN).- Venezuela parece encontrarse hoy en una disyuntiva, que pasa por las acciones u omisiones de las fuerzas militares. Se desprenden dos posibles escenarios a partir de acá, y ambos comprometen el futuro de la Fuerza Armada como institución.
Mucho o poco se ha desmenuzado sobre los acontecimientos del 30 de abril de 2019. La liberación de Leopoldo López, líder opositor y fundador del partido Voluntad Popular, de su presidio domiciliario, estuvo enmarcada en una insurrección contra la dictadura de Nicolás Maduro y a favor del gobierno constitucional del Presidente encargado Juan Guaidó, el inicio de la denominada Operación Libertad. Los protagonistas de dicha insurrección eran militares, fundamentalmente de la Guardia Nacional, y miembros de la policía política del régimen, el Sebin.
A lo largo de la mañana del levantamiento para restituir el orden constitucional violentado por Nicolás Maduro, quien administra despóticamente el poder desde el Palacio de Miraflores, generó algunos momentos de confusión. Partiendo de experiencias históricas similares muchos no cesábamos de preguntar: ¿Qué guarniciones militares se encuentran implicadas en el levantamiento? ¿Cuáles siguen atadas por la dictadura? ¿Quién controla Maracay, tradicional ciudad militar? ¿Qué fuerzas están comprometidas con la restitución de la democracia? ¿Y el Ejército?
Bajo el chavismo las Fuerzas Armadas han pasado por un proceso de desinstitucionalización y desestructuración interna que las ha convertido en una amalgama de unidades con poca capacidad para actuar como bloque corporativo, es decir, como un cuerpo institucional atado por relaciones de disciplina y jerarquía. ¿Puede esta Fuerza Armada restaurar el hilo constitucional roto por Maduro y abrir las puertas a una recuperación de la democracia?
Bajo el chavismo las Fuerzas Armadas han pasado por un proceso de desinstitucionalización y desestructuración interna que las ha convertido en una amalgama de unidades con poca capacidad para actuar como bloque corporativo, es decir, como un cuerpo institucional atado por relaciones de disciplina y jerarquía. La reducción del apresto operacional al mínimo, la degradación a que ha sido sometido su recurso humano, la falta de mantenimiento de las unidades, especialmente de la Aviación y de la Armada, han debilitado también su poder de fuego. ¿Puede esta Fuerza Armada restaurar el hilo constitucional roto por Maduro y abrir las puertas a una recuperación de la democracia?
Temiendo una nueva reacción militar el chavismo también hizo hincapié, luego de 2002, en la creación y fortalecimiento de grupos armados paralelos que “defendieran la revolución” y que tuvieran una creciente capacidad de retar el monopolio de la violencia que debe ejercer el Estado a través de sus fuerzas militares.
La expansión de los colectivos armados, la creación de “milicias” y la activación de las “reservas”, así como los acuerdos con elementos de la delincuencia organizada, como los “pranes” (presos que mantienen el control de las cárceles) o el narcotráfico, así como la tolerancia ante la presencia de diversas guerrillas en el país, formaban parte de un diseño con el fin de debilitar la capacidad efectiva que tenían las Fuerzas Armadas para ejercer el control efectivo del territorio.
La destrucción institucional de las Fuerzas Armadas, así como de su prestigio y credibilidad, ha ocurrido en paralelo a la militarización del poder político y de las estructuras del Estado. Una élite militar forma parte sustancial del bloque de poder que sostiene a Nicolás Maduro en Miraflores, hasta el punto de que es este debilitado cuerpo armado el único sostén que le queda a la nomenklatura chavista para seguir enquistada en el Estado.
Una transición que conduzca efectivamente a una democracia en Venezuela pasa por la ruptura en el bloque de poder. Para que las distintas fisuras y fracturas que recorren al chavismo se conviertan en la posibilidad de un cambio en el funcionamiento y la distribución de poder la fractura tiene que generarse y abrirse en las Fuerzas Armadas. La ruptura militar con Nicolás Maduro es un imperativo. Por eso tantas expectativas se han desatado a partir de los eventos del 30 de abril.
Lo que tanto se había discutido en el mundo sobre la molestia e incomodidad que el régimen de Maduro generaba en el seno de las Fuerzas Armadas se expresó en el levantamiento, por activa y por pasiva. Se rompió el mito que el chavismo pretendió venderle al mundo de la unidad monolítica civil-militar como núcleo duro de apoyo al Gobierno, primero de Hugo Chávez y luego de Maduro. Aunque no hubo una toma del poder como fruto de la insurrección, podemos prever un desmigajamiento progresivo de los apoyos militares que sostienen al régimen, sin posibilidad de que Maduro reconstituya la unidad del bloque de poder.
Inmediatamente el Presidente Juan Guaidó ratificó su llamado a la movilización pacífica de los ciudadanos contra la usurpación. La movilización es uno de los mecanismos más importantes para incrementar la presión sobre el bloque de poder enquistado en lo que queda del Estado venezolano. El 1º de mayo hubo importantes movilizaciones populares en varias ciudades del país.
Es aquí donde podemos intentar comprender la encrucijada actual de Venezuela luego de los eventos del 30 de abril y del 1º de mayo. Venezuela parece encontrarse hoy en una disyuntiva, que pasa por las acciones u omisiones de las fuerzas militares. Se desprenden dos posibles escenarios a partir de acá, y ambos comprometen el futuro de las Fuerzas Armadas como institución.
¿El momento Hugo Trejo?
Echemos la vista atrás en el tiempo. En 1957, la dictadura de Marcos Pérez Jiménez pretendía sostenerse sobre la Fuerza Armada, proyectándose como régimen militar. Pero nunca gobiernan todos los militares, y en el seno del cuerpo sectores institucionales rechazaban al régimen autoritario. Frente al creciente descontento de algunos militares, Pedro Estrada, director de la Seguridad Nacional, decidió iniciar la investigación de algunos oficiales, lo que provocó una reacción defensiva del cuerpo. Los militares le exigieron al dictador sacar al jefe de su policía política de los cuarteles. Pérez Jiménez removió a Pedro Estrada, quien salió al exilio.
O bien los eventos del 30 de abril de 2019 son el inicio del fin del régimen de Nicolás Maduro, quien no tiene posibilidades de reconstruir su base de apoyo militar, o bien se convierten en el inicio de una nueva razzia contra la oposición, contra la Asamblea Nacional, y contra los sectores que sean sospechosos de ser disidentes dentro de la misma Fuerza Armada y dentro del aparato de seguridad del Gobierno.
El 31 de diciembre de 1957 unos aviones militares sobrevuelan Caracas, alzados contra la dictadura, mientras una columna de tanques avanza desde Maracay con la intención de alcanzar la capital y derrocar a Marcos Pérez Jiménez. El movimiento no alcanzó sus objetivos ese día. A las pocas horas la dictadura parecía haber sorteado el acontecimiento. Pero, lo que quedaba claro, a efectos del mundo y de los venezolanos, tanto los de dentro, como los exiliados, era la existencia de una ruptura militar. El 1 de enero de 1958 estalla una rebelión militar contra Pérez Jiménez. Al frente estuvo el coronel Hugo Trejo.
Desde ese momento el apoyo militar del Gobierno se fue debilitando cada día. El 21 de enero, por convocatoria de la Junta Patriótica, que aglutinaba unificado al liderazgo civil de los partidos políticos, se inició una huelga general. El 23 de enero, y al encontrarse sin apoyo, militar o civil, el dictador hubo de abandonar el poder.
¿El momento Erdogan?
Ahora analicemos otras latitudes, un momento con orígenes muy distintos, pero que también expresó el enfrentamiento entre elementos del ejército con un líder autoritario.
Desde las reformas de Mustafá Kemal Atatürk el carácter secular de la Turquía moderna, en ruptura con el islamismo otomano, se había convertido en una seña de identidad. El ejército turco se consideraba el guardián del laicismo y de la secularización del Estado y de la sociedad. En 2003 Recep Tayyip Erdogan, como líder de un partido islámico moderado, se convirtió en Primer Ministro iniciando reformas institucionales combinando islamización con democratización.
En una primera etapa pretendió fallidamente acercar Turquía a la Unión Europea para lograr su incorporación. Durante su segunda legislatura entró en confrontación con la judicatura, la burocracia y el ejército, es decir, con el establishment turco en pleno. Su triunfo interno en esta confrontación derivó en el inicio de una segunda etapa de reformas que desembocaría en la conversión del régimen parlamentario en presidencialista, con Erdogan a la cabeza. La islamización de la sociedad turca avanzó al mismo tiempo que se consolidaba el hiperliderazgo de Erdogan. Las purgas internas y la persecución contra disidentes, muchos antiguos aliados, se convierten en noticia recurrente.
El avance en la islamización fue respondido por sectores del Ejército. El 15 de julio de 2016 se desata un movimiento armado que tenía como objetivo derrocar a Erdogan. Muchos salieron a respaldar a Erdogan y el movimiento resultó fallido. Este fracaso fue aprovechado por Erdogan para depurar, no sólo al Ejército, sino también a los jueces, medios de comunicación, a las universidades y al mundo académico. Este fracaso fue aprovechado por el Gobierno para avanzar en una deriva crecientemente autoritaria y antipluralista.
El dilema militar
Evidentemente, hay grandes diferencias entre los procesos, ya que Maduro no cuenta con ningún apoyo civil, pero el dilema que enfrentan las Fuerzas Armadas venezolanas es tan vital como en los ejemplos anteriores. O bien los eventos del 30 de abril de 2019 son el inicio del fin del régimen de Nicolás Maduro, quien no tiene posibilidades de reconstruir su base de apoyo militar, o bien se convierten en el inicio de una nueva razzia contra la oposición, contra la Asamblea Nacional, y contra los sectores que sean sospechosos de ser disidentes dentro de la misma Fuerza Armada y dentro del aparato de seguridad del Gobierno, tal como viene ocurriendo con la detención del vicepresidente de la AN, Edgar Zambrano.
El desmoronamiento del bloque de poder que rodea a Nicolás Maduro parece ser bastante claro. Pero detrás de las fracturas se encuentran los decisores concretos. Maduro ha perdido toda confianza en sus propias fuerzas de seguridad. El apoyo internacional a la Asamblea Nacional y al Presidente Juan Guaidó ha dejado a Maduro como un paria internacional, sin acceso a recursos y con aliados escasos y declinantes.
Parece estar Venezuela más cerca de un escenario de desmoronamiento del régimen autoritario, como en enero de 1958, que en uno de consolidación. Una consolidación autoritaria en estas circunstancias de aislamiento y bancarrota podría cebarse también contra los mismos militares que le han dado soporte. La encrucijada se abre, y el dilema se encuentra en manos de los decisores.